Imagen de archivo de un centro escolar.

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La mitad de los adolescentes de España tiene dificultades para distinguir un bulo de una noticia real. Esta es una de las principales conclusiones del estudio sobre desinformación y exposición a discursos de odio de niños, niñas y adolescentes en el entorno digital publicado por Save the Children hace apenas dos meses.

Las noticias de las inundaciones provocadas por la DANA en Valencia han dado la vuelta al mundo por su alto componente humano y por la magnitud de la catástrofe, pero a su vez han evidenciado que los bulos están normalizados y pueden hacer mucho daño a la sociedad. Dentro de la sociedad, los menores son la población más vulnerable. La edad media a la que los niños reciben su primer móvil son los 8 años. ¿Saben los chavales de las Islas distinguir las noticias falsas entre toda la basura digital que llega a sus teléfonos?

Un 16 % de los adolescentes considera que las redes sociales y los creadores de contenido (youtubers e instagramers) son siempre una fuente fiable de información, según la investigación publicada por Save the Children, a partir de 3.315 encuestas a adolescentes de 14 años o más en España y de cinco grupos de discusión formados por 27 niños, niñas y adolescentes de entre 10 y 17 años. El trabajo ha contado además con la colaboración de personas expertas y profesionales de distintos ámbitos, entre ellas trabajadoras sociales que abordan patologías relacionadas con el abuso de la tecnología y creadores de servicios web. La ONG no tiene desglosados los resultados del estudio por comunidades autónomas por lo que surge la pregunta ¿Estas conclusiones son extrapolables a Baleares?

«En números gruesos sí. Como tendencia podemos dar por válidos esos datos, otra cosa son las interpretaciones que se hacen de esos datos», dice Carles Baeza, Sociologo y jefe de estudios adjunto de Formación Profesional en el IES Ramon Llull de Palma. «No mienten al decir que la primera fuente con la que los adolescentes contrastan las informaciones que reciben en sus móviles son la familia y los amigos, pero agrupan dos colectivos (familia y amigos) que justamente en la vida de un adolescente tienen roles muy diferentes», explica el experto.

Baeza se refiere así a una de las cuestiones que más preocupan a la hora de medir el impacto de las noticias falsas en los menores de edad. Más de la mitad de los adolescentes españoles no sabe identificar las noticias falsas, pero además, aunque sospeche que está ante un bulo, uno de cada cuatro menores decide no contrastar. Un 56 % de los que sí contrastan lo hacen con la ayuda de sus familiares o amigos.

«La época de la adolescencia es el descubrimiento más allá del ámbito familiar y ese descubrir del nuevo mundo incorpora hoy en día las redes sociales, internet… Las compañías tecnológicas han descubierto y promocionado el uso de las redes basándose en lo que ofrece el ser humano, para sacar un provecho económico. Cuando un usuario no paga por el servicio no es un cliente, se convierte en el producto. El algoritmo es amoral, lo único que quiere es mantenerte en pantalla y sabe que somos morbosos», advierte el sociólogo.

¿Pero qué es exactamente lo que mantiene a nuestros jóvenes pegados a las pantallas? «Los generadores de noticias o contenidos, sean influencers, redactores o inteligencias artificiales saben que el cebo con el que las personas permanecen más tiempo enganchadas son los contenidos emocionales, por eso generan contenidos que llaman la atención, noticias que se presentan de una manera en la que la hiperemocionalidad está por encima de la descripción racional de los hechos», dice Baeza. Por ahí es por donde entran los bulos.

La respuesta ante las emociones es innata a la condición humana y trasgrede a todos los colectivos de usuarios. «Los niños pueden ser tan manipulables como un adulto, pero las consecuencias son especialmente graves dada la desprotección que suele acompañar al menor de edad. Está tan desprotegido que en caso de que un menor acabe cometiendo un homicidio su responsabilidad legal se ve muy atenuada», concluye.

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El acceso temprano de los menores a internet a través de los llamados dispositivos inteligentes es algo que preocupa desde hace años a los docentes y a las familias, pero como ocurre con todo, ni todos los docentes ni todas las familias comparten esta preocupación.

Adolescència sense mòbils

Hace ahora exactamente un año, un colectivo de padres y madres que sentían la presión social de comprar el primer móvil a sus hijos al llegar a la preadolescencia, se sumó al movimiento Adolescència sense mòbils en Baleares. Todo comenzó con un grupo de whatssapp que abrieron los periodistas Xim Fuster y Laura Moyà. En dos días se sumaron más de 2.000 progenitores que se encontraban ante una misma dicotomía: ceder y comprar el móvil a sabiendas de que este es perjudicial para evitar la discriminación de sus hijos frente a sus iguales con móvil o mantenerse firmes a sus principios y no hacerlo.

Las familias se organizaron en diferentes grupos de trabajo y en un mes estaban presentes en más de 30 centros educativos de las Islas. Plenamente conscientes de que eran una minoría en la sociedad actual, realizaron reuniones con expertos y comenzaron una tarea divulgativa y de investigación que cobró la fuerza suficiente para que la Conselleria d’Educació transmitiera a los centros la necesidad de prohibir (salvo excepciones) la exhibición y el uso del móvil en los centros educativos de Baleares. Una vez conseguido este objetivo el movimiento de las familias ha quedado prácticamente diluido, tanto que sus impulsores prefieren no hacer declaraciones. ¿Qué está ocurriendo en las aulas? ¿Ha habido un cambio real?

«Mis alumnos del instituto tienen entre 18 y 21 años y cuando les pregunté a principios de curso cuánto tiempo estaban delante del la pantalla del móvil algunos me dijeron que superan las ocho horas. Me llevé las manos a la cabeza y me decían que no me pusiera así, que utilizan el móvil para cosas como escuchar música. Ojalá sean ocho horas de música, pero incluso así (ocho horas de consumo en un día) restan horas de estudio, formación y socialización física. Somos Matrix, estamos enganchados a una red que drena nuestras vidas, somos vaciados y consumidos como producto», reflexiona el sociólogo Carles Baeza.

En opinión del profesor «afortunadamente sí se ha producido un cambio en las aulas, porque la Conselleria d’Educació ha escuchado lo que los docentes llevábamos años pidiendo: que en el entorno de las aulas las pantallas se mantengan alejadas de los niños, preadolescentes y adolescentes». «En el IES Ramon Llull somos un centro que cumple con la norma estrictamente. Requisamos los móviles que estén a la vista o en uso, tanto en clase como en los pasillos», dice. Sospecha que «los padres no suelen ser tan rígidos con el cumplimiento de la norma siendo el patrón habitual que los niños reciban su primer móvil a los ocho años, a los 12 con conexión a internet», concluye.

Los docentes tienen ahora en los centros educativos de Baleares las herramientas para controlar el uso de los móviles en las aulas. Afirmar que todos los profesores de todos los centros requisan los móviles sería dar por cierto algo de lo que no tenemos pruebas.

¿Los centros que cumplen con la directriz de Educació están notando un cambio en su alumnado? «Es todo un proceso que habrá que ver con el paso del tiempo, Sí que puedo afirmar que existe un mayor autocontrol, pero es un leve autocontrol. Es la coerción lo que funciona, no el autocontrol. Son dos cosas muy diferentes», afirma el experto.

A priori, si se cumple estrictamente con la normativa en los colegios e institutos de las Islas, se entiende que los alumnos prestarán más atención a los contenidos educativos y eso es una baza importante en la lucha contra los bulos. Carles Baeza explica cómo «el mero hecho de leer un enunciado y desentrañarlo, sea de la materia que sea, dota de la capacidad de hacer un análisis lógico de lo que estás leyendo y operando». Los bulos no se sostienen cuando se someten a esa misma lógica.