Se publicarán obituarios de todo tipo en los que seguro que lo más repetido sea que fue un «hombre corriente», como a él le gustaba decir. Y cercano. Y buen tipo. No está al alcance de mucha gente con trascendencia pública el ser conocida por su nombre de pila y menos aún por el diminutivo. Así fue en su caso. Incluso algunos que no lo conocían de nada se referían a él como Xisco, sin más. No resultaba necesario el apellido. Si se hablaba de política, en ella él era el único Xisco. Esa cercanía que inspiraba decía –dice– mucho de él. Casi todo, incluso. Al menos el todo que de veras importa al final de la vida. Como político su labor será discutida, por supuesto, pero la sensación de proximidad personal que irradiaba lo convirtió en un indiscutible fuera de serie.
Xisco, sin más
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