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Después de una ardua campaña electoral, más de cinco millones de votantes tienen la última palabra para la configuración del Parlament de Catalunya, en unas elecciones en las que todos los sondeos apuntan a un resultado muy reñido entre el candidato de CiU, Jordi Pujol y el socialista Maragall. Durante los últimos días de campaña, todos los líderes políticos centraron sus fuerzas en luchar contra la abstención, reiterando el mensaje de «no debemos confiarnos», apelando de esta forma a la movilización.

Desde el comienzo de la campaña, la lucha por la victoria ha estado polarizada fundamentalmente entre dos partidos políticos: CiU y el PSC, circunstancia que el PP y ERC se han esforzado en romper. Los otros dos candidatos con derecho en los medios informativos gratuitos en los medios públicos, Esquerra Unida i Alternativa y Los Verdes han tenido una presencia testimonial. La campaña de Convergència i Unió se presentaba difícil porque el candidato socialista había sumado muchas expectativas, y la coalición nacionalista salió derrotada de unas elecciones municipales y dividida en polémicas internas.

En la precampaña y campaña se disiparon las dudas de que se lo iba a poner difícil al candidato Maragall, y Pujol lo simbolizó con la subida al Aneto el día que convocó las elecciones. Pujol inició una precampaña y campaña frenética llena de actos y con una alta presencia en los mismos, poniendo de relieve que a sus 69 años tiene cuerda para rato, y tras hacer público indirectamente que era su última campaña.

Pujol necesitaba dos cosas: movilizar a un electorado que se quedó en casa en las municipales del 13 de junio pasado, y dar la sensación de que CiU es un equipo, lo que consiguió poniendo a Duran Lleida en el número 2 «de facto» de la coalición, realizando una campaña paralela en la que buscaba los puntos débiles del candidato socialista, repitiendo que era una campaña «de diseño» y vacía de programa.