El voluntariado de Protección Civil de Balears que junto con
Eivissa (municipios de Eivissa, Sant Antoni, Sant Josep y Santa
Eulàlia) engloba agrupaciones de Mallorca (Alcúdia, Palmanyola,
Pollença, Selva, Sóller, Son Servera y Calvià), tras distribuirse
en tres grupos, se puso el traje de faena y comenzó a trabajar en
el litoral de O Grove.
Mientras dos de estos equipos quedaban asignados a tareas
logísticas -uno, en la misma base de Protección Civil del
municipio; otro yendo y viniendo, controlando playas, echando una
mano donde fuera menester, distribuyendo material entre los
voluntarios esparcidos por todo el litoral, etc.,- el tercero, bajo
la lluvia y, a falta de vestuarios o de un simple contenedor
habilitado para esa función, en pleno campo cerca de donde
aparcaron los coches, se metía en el traje de agua de color
amarillo, por encima del que se colocaba el mono blanco, se calzaba
con katiuskas negras, se cubría el rostro con la mascarilla y las
manos con guantes de goma y se iba a la playa de la Bateria, zona
militar en la que nos encontramos al coronel Cardona, ibicenco, de
Eivissa capital, que nos dijo que salía hacia no sabemos donde,
acompañado de otros jefes, a trabajar, no en «lo del fuel», pues de
momento los militares, salvo unos pocos soldados, no tienen orden
de limpiar el litoral.
Al poco rato de haber entrado en faena, y cuando los monos
blancos comenzaban a teñirse de negro y las botas a pringarse de
líquido viscoso, el desánimo comenzó a cundir entre los de Balears
-aunque en ningún momento bajaron los brazos-, pues a medida que
iban sacando «galletas», en ocasiones a montones, utilizando ya
bien sus propias manos, ya bien improvisadas redes habilitadas con
la arpillera de los sacos, observaban cómo el mar, cada vez más
encabritado, arrojaba sobre la orilla y las rocas muchísimas más de
las que habían logrado extraer, tanto, que al final de la jornada,
que por estos pagos y en estas labores viene marcada por la
pleamar, el recinto que les habían encomendado estaba, si cabe, más
sucio que cuando empezaron, y eso que, como digo, extrajeron de él
numerosos cubos de chapapote.
«Esto no lo quita ni Dios en cien años», comentó uno, por lo
bajo. Claro que peor estaban los mallorquines de Muxía, donde la
marea negra estaba entrando sin que nadie lo pudiera evitar. Y es
que, tal y como están las cosas hoy en Galicia: abandono,
frustración, falta de material para trabajar -aunque los de Balears
llegaron con todo, incluso con cubos y sacos- creo yo que ha
llegado la hora de dejarlo. Sí, como lo leen. Bajar las manos. Que
voluntarios de Protección y de por libre, pescadores, mujeres de
pescadores, cadetes de la academia de Marina, algunos soldados en
tareas logísticas y gente de a pie, que son los únicos que están
trabajando, ¡los únicos! -y en muchos sitios bastante
descoordinados, y no por culpa de ellos-, se crucen de brazos, con
lo cual obligarán al gobierno, sea cual fuere, a mover ficha.
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