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Hacía tiempo que no veía yo a mi Príncipe tan ideal y dicharachero como lo estaba ayer al lado de una novia cuyas cualidades, dijo rotundo, «son evidentes para todos». La miraba tan arrobado desde sus casi dos metros de altura que parecía como si una nube de cupidos le asaeteara el corazón con una lluvia de flechas del amor, dardos que, a todas luces, ya habían acertado meses atrás en su órgano vital. Que sí, que se nos casa el Príncipe, que una asturiana de a pie nos lo ha robado a todas y no nos hemos repuesto de la sorpresa. Los novios del año dejaron claro que menos es más y que el escaso tiempo de relación, aderezado por muchas conversaciones telefónicas, -que me he enterado de que hubo mucho gasto y los móviles echaban humo-, ha sido corto, pero intenso.

Amor a todas luces y muchas ganas de agradar, de ser comprendidos y aceptados. Su mensaje, que la decisión de casarse no ha sido tomada a la ligera, que conocen sus responsabilidades. Y como el Príncipe es el amor de todas las madres de España, -que además de cantarle ¡guapo! y ¡torero! siempre le han dicho que se case por amor-, a buen seguro que cuenta con su bendición, fundamental en los debates familiares frente al televisor a la hora del Telediario. Que las madres son muy importantes, el pilar de la familia. Como doña Sofía, a quien el Príncipe cogió ayer la mano en un cariñoso gesto sobre el que dudé si significaba ¡No te preocupes, madre, que todo irá bien! o, por el contrario, era él quien le pedía fuerzas a ella. Durante los segundos que duró el gesto, don Felipe se nos ofreció fuertemente ligado a sus dos mujeres, su madre y su futura esposa, porque, todo hay que decirlo, la pareja no se soltó ni un momento, siempre sus manos entrelazadas, dándose mutuo apoyo frente al resto del mundo. Hay que ver lo guapo que estaba él con su traje de raya diplomática y lo bien que sale en las fotos su futura esposa, un rostro al que quiere la cámara, por lo que aseguramos que este matrimonio ha truncado una carrera televisiva en marcha ascendente. Doña Letizia Ortiz, que sorprendió con un traje blanco, fiel al pantalón, competirá en el colorines con otras jóvenes reinas de belleza consagrada. Una delicia para los fotógrafos, que la perseguirán allí donde vaya. El ejemplo lo tuvimos ayer en El Pardo, cuando los reporteros, ávidos de saber, y ellos, parlanchines como ya nunca más les encontraremos, todos juntos, trastocamos el protocolo haciendo esperar a los Reyes antes del posado familiar. Volviendo a las madres, desde el suelo, y bajo las piernas de un par de cámaras de televisión y un trípode, me preguntaba cómo se sentiría Paloma Rocasolano allí, al lado del Rey, enfrentada a aquella masa de objetivos. Un bautismo de fuego cruzado para el que hay que tener temple. Se lo digo yo que, como hasta hace un par de semanas su hija, ejerzo del otro lado. En fin, esto se acaba. Nos vemos en su boda, Señor, y puede usted jurarlo ¡qué bonito es el amor!