Don Felipe de Borbón y Grecia, trigésimo quinto Príncipe de
Asturias y Heredero de la Corona, contrajo hoy matrimonio con Doña
Letizia Ortiz Rocasolano en la Catedral de Madrid, en una histórica
ceremonia que solemniza la continuidad de la monarquía
parlamentaria española. En presencia de representantes de cerca de
cuarenta Casas Reales y dieciocho Jefes de Estado de todo el mundo,
y ante todos los poderes del Estado español, Don Felipe y Doña
Letizia se convirtieron en marido y mujer, pocos minutos después de
las 11'50 horas, cuando hacía ya una hora que llovía en la capital
del Estado, desluciendo en parte el acto.
En ese minuto, el Príncipe, con un leve gesto, pidió la venia
del Rey para iniciar el rito del consentimiento mutuo del
matrimonio, a la que Don Juan Carlos, situado junto a la Reina en
un sitial de honor en el lado del Evangelio, respondió asintiendo
con la cabeza. Los novios pronunciaron con voz firme y clara la
fórmula ritual con la que la Iglesia Católica establece los
compromisos que adquieren los contrayentes. «Yo, Felipe, te recibo
a ti, Letizia, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel
en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la
enfermedad, todos los días de mi vida», recitó el Príncipe mientras
entrelazaba con firmeza las manos de Doña Letizia, quien respondió
con igual fórmula. La bendición del Cardenal Arzobispo de Madrid,
Antonio María Rouco, completaba el Sacramento por el que ambos
pasaban a compartir el título de Príncipes de Asturias que la
Corona de España reserva para los futuros Reyes.
Ese momento histórico era recibido con una sonrisa de
satisfacción por parte de la Reina, y con el gesto de emoción
contenida del Rey. Después, ambos intercambiaron los anillos y se
dieron mutuamente las trece monedas de oro que, a modo de arras,
recordaban los reinados de España desde los Reyes Católicos hasta
Alfonso XIII, para completar el ritual. En su homilía, el Cardenal
Rouco les recordaba momentos antes el «plus de disponibilidad al
servicio de España» que tendrán que aportar» y «los gravosos
sacrificios y la entrega incesante al bien común» que habrán de
realizar en el futuro. Les pidió también el prelado «un amor
dispuesto a darse hasta la expropiación, a favor de los hijos», y
les recomendaba el amor que, según dejo escrito San Pablo,
«disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites,
aguanta sin límites». Y también dedicaba el cardenal arzobispo de
Madrid un recuerdo a las «víctimas del vil atentado terrorista del
pasado 11 de marzo».
En el comienzo de la ceremonia, el «Allegro» de Haendel con el
que la Catedral de Santa María la Real de la Almudena recibió a
Doña Letizia tuvo que sonar con diez minutos de retraso, debido a
que la anunciada y temida lluvia obligó a cambiar su paseo a pie
desde el Palacio Real, por un recorrido en un Rolls Royce cubierto.
El Príncipe, dando el brazo a la Reina, su madrina de boda, había
llegado al templo a pie tras la Familia Real poco antes de las
once, y esperó solo y sereno 17 minutos ante el Altar, mientras los
1.700 asistentes aguardaban en un completo silencio. El arranque
del órgano de la Catedral, coincidió con la amplia sonrisa con que
Don Felipe recibió la presencia de su prometida, a la que veía por
vez primera vestida con su espléndido vestido de novia realizado
por Manuel Pertegaz. Precedida por sus pequeños pajes vestidos
según modelos pintados por Goya, del brazo de su padre y padrino,
Jesús Ortiz, y seguida por sus dos damas de honor, también vestidas
a la goyesca, Doña Letizia recorrió la nave central del templo con
la vista fija en Don Felipe.
En ese recorrido hacia el Altar, Doña Letizia fue dejando a su
izquierda a los miembros y Herederos de Casas Reales, Jefes de
Estado y, por último, Reyes y Reinas, todos rodeados por la
decoración basada en grandes tapices de los siglos XVI y XVII. A su
derecha, la novia fue pasando junto a ex jefes del Gobierno
español, a presidentes de todas las Comunidades Autónomas, a los
actuales ministros, a los presidentes de las altas instituciones y,
finalmente, a los presidentes del Senado, del Congreso y del
Gobierno, situados con sus cónyuges en la primera fila. La
solemnidad de la ceremonia se hizo patente también en el número y
dignidad de las jerarquías eclesiásticas que acompañaron al
Cardenal Rouco en el presbiterio, dos cardenales, tres arzobispos,
y el Nuncio del Vaticano. Esa seriedad solo se vio alterada por el
revuelo que, en los cojines reservados para ellos tras la Familia
Real en el lado del Evangelio, crearon los cinco nietos de los
Reyes, la nieta del Infante Carlos, y la sobrina de Doña Letizia
que hicieron de pajes. Su alegría fue interrumpida por su
cuidadora, que los llevó a jugar fuera de la iglesia.
Concluida la ceremonia, firmaron el libro que recoge el acta
matrimonial, en primer lugar, el Cardenal oficiante, después los
Reyes y la Familia Real, luego la familia de Doña Letizia, y por
último los testigos designados por los contrayentes. Doña Letizia
incluyó en ese grupo, además de a sus padres, Paloma Rocasolano y
Jesús Ortiz, a sus cuatro abuelos, a sus dos hermanas, Telma y
Erika, al marido de esta última, y a diez de sus mejores
amigos.
Por Don Felipe estamparon su firma, además de la Familia Real,
sus primos los príncipes Pablo y Nicolás de Grecia, el príncipe
Konstantín de Bulgaria, y nueve amigos que venían a representar
cada una de las etapas de su vida. La Orquesta Sinfónica de RTVE y
el Coro Nacional de España acompañaron la celebración con la
impecable música de Victoria, Morales, Arriaga, Guerrero, Mozart y
Bach. Ambas formaciones interpretaron por último el Aleluya del
Mesías de Haendel, para despedir a los ya Príncipes de Asturias,
que hicieron su salida del templo bajo las espadas del arco de
honor que formaron compañeros de las Academias militares de Don
Felipe, antes de, otra vez bajo la lluvia, recorrer las calles de
Madrid hasta la Basílica de Nuestra Señora de Atocha.
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