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EFE/OTR/PRESSMACKA
Ninguno de los 152 familiares que asistieron ayer al homenaje del primer aniversario del accidente del avión Yak-42 pudo escapar a las emociones, a veces contradictorias entre el dolor y la alegría, al recordar a las víctimas e imaginarse las circunstancias en que fallecieron.

«¡Ay, mi niño; ay, mi hijo del alma; pídeme la vida, que yo te la doy otra vez», gritaba entre lágrimas Bibiana Domínguez, la madre del cabo primero Juan Carlos Bohabonay, mientras pasaba una y otra vez la mano sobre el nombre del militar fallecido. Su memoria y la de sus 61 compañeros han quedado grabadas en sendos monumentos inaugurados ayer por los ministros de Defensa de España y Turquía, José Bono y Vecdi Ganul respectivamente.

Uno, en la ciudad de Macka, consiste en la estatua en bronce dorado de un soldado que sostiene entre los brazos a otro que desfallece, y que representa el apoyo del ejército turco al español en la tragedia. Es un monumento a la amistad hispano-turca. El otro, un obelisco metálico levantado a 2.100 metros sobre el nivel del mar Negro, en la ladera del monte Pilav, donde dejaron la vida hace justo un año 40 militares de Tierra, 21 del Aire y un guardia civil.

Ellos hubieran querido morir de otra manera, dijo Bono después de la inauguración del primer monumento y de dar las gracias a las autoridades, al ejército y el pueblo turcos. «Lo que no quisieron es morir de otro modo que no fuera en el servicio a España», enfatizó a continuación entre aplausos emocionados de los parientes. El ministro cenó el martes con las familias, a las que pidió «perdón y piedad» por los fallos que se hayan podido cometer.