El presidente del PPCV y de la Generalitat ha mantenido una trayectoria política ascendente que llegó a situarle como «barón» destacado del partido y como el presidente más votado en la Comunitat Valenciana, y que empezó a tambalearse cuando el «caso Gürtel» se cruzó en su camino.
Francisco Enrique Camps Ortiz (Valencia, 1962) llegó en 2003 al Palau de la Generalitat tras haber sido ungido por Eduardo Zaplana, que había ampliado sus horizontes políticos con una cartera de ministro, y después de haberse curtido en todas las Administraciones, pues había sido concejal, diputado nacional, conseller y delegado de Gobierno.
El primer president de la Generalitat elegido en unos comicios del siglo XXI no tuvo unos comienzos fáciles, pues el hecho de que Zaplana mantuviera la presidencia del PPCV mientras Camps era el «número dos» conllevó una bicefalia que provocó desencuentros entre ambos y la división del partido entre los seguidores de ambos.
Un año después fue nombrado presidente del PPCV y poco a poco se fue liberando de tutelas y conformando su propio proyecto y su equipo, mientras conseguía apagar los conatos de rebelión de la provincia de Alicante, donde nunca ha dejado de existir el reducto «zaplanista» liderado por José Joaquín Ripoll, presidente provincial del partido y expresidente de la Diputación.
En mayo de 2007, consiguió su segunda mayoría absoluta al tiempo que se convertía en el president más votado de la historia democrática de la Comunitat, y al año siguiente fue reelegido presidente del PPCV con un refrendo del 98%, lo que le consolidó como líder de una formación imbatible en las urnas desde 1995.
Para entonces, Camps se había erigido ya como uno de los barones del PP -no en vano la Comunitat Valenciana ha sido un vivero de votos imprescindible- y uno de los puntales del presidente nacional, Mariano Rajoy, al que apoyó públicamente el día después de que este perdiera las elecciones generales, y con el que tenía a gala compartir una amistad forjada en momentos «difíciles».
En este contexto, cuando el PPCV parecía unificado y con una oposición incapaz de toserle, se cruzó por el camino del cuarto president de la historia democrática de la Generalitat el «caso Gürtel», primero en forma de trajes que la trama de corrupción le habría regalado.
Camps pasó a ocupar las primeras páginas de las portadas por sus conversaciones telefónicas con el responsable de la trama en Valencia, Alvaro Pérez, al que se refería como «amiguito del alma» y le decía que le quería «un huevo», y se convirtió en el primer president en declarar como imputado ante el Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat.
Convirtió la causa en un ataque del Gobierno socialista contra los valencianos y enfocó como un plebiscito a su gestión las elecciones europeas de junio de 2009, en las que dobló la distancia con el PSPV, tras lo que en agosto el TSJCV archivó el caso.
Sin embargo, el levantamiento parcial del secreto de sumario dio a conocer nuevas conversaciones que apuntaban a una posible financiación ilegal del PPCV y situaban en el centro de la diana a su mano derecha en el partido, Ricardo Costa, a quien acabó sustituyendo tras un enfrentamiento entre la dirección regional y nacional que descompuso la relación de confianza existente.
En los anales parlamentarios han quedado las desafortunadas palabras que Camps espetó al portavoz del grupo socialista en Les Corts, Angel Luna, a quien dijo: «Le encantaría coger una camioneta, venirse de madrugada a mi casa y por la mañana aparecer yo boca abajo en una cuneta», y por las que tuvo que disculparse horas después.
Camps, quien parecía llamado a ocupar las más altas responsabilidades, siempre ha defendido que estar al frente de la Generalitat es lo más «bonito» que puede ocurrir, y ha llegado a confesar que soñaba «muchas veces» con el día en que se convirtiera en expresident, porque nadie le podía quitar algo tan «hermoso» como poder ir diciendo: «Fui president de la Generalitat».
Hoy, su comparecencia ante los medios de comunicación ha finalizado precisamente con esa reivindicación: según ha dicho, se marcha como «molt honorable» y lo será «toda la vida»
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