Fotografía de archivo, tomada en Madrid el 8/04/1965, del expresidente del Gobierno Adolfo Suárez, durante una entrevista cuando era director de la primera cadena de TVE. | Efe

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La vida de Adolfo Suárez, el presidente que trajo la democracia a España, está marcada por los momentos clave de la Transición y los albores de la democracia: de la ley de Reforma Política a los Pactos de la Moncloa, de la legalización del PCE al 23-F, Suárez demostró ser un símbolo de concordia.

Las habilidades políticas del expresidente quedaron patentes cuatro meses después de su toma de posesión, cuando logró que las Cortes del franquismo aprobaran la ley que puso fin al régimen del que provenían y que, tras su ratificación en referéndum, permitió celebrar elecciones democráticas, la de Reforma Política.

Suárez convenció a los líderes heredados de la dictadura de las bondades de la norma, se sobrepuso en su tramitación a la dimisión del vicepresidente -el general Fernando de Santiago- y mantuvo contactos con la oposición democrática, aún ilegal, para materializar la Transición.

Ese primer paso dejó a Suárez en una situación complicada, con una extrema derecha que lo acusaba de «traidor» y una oposición que reclamaba más reformas.

En 1977, durante una escalada de tensión, con atentados de ETA y de secuestros del GRAPO, Suárez da un paso clave para la consolidación de la democracia: la legalización del PCE, el partido con mayor capacidad de movilización en la calle: fue el 9 de abril.

Aquella jugada le granjeó el afecto personal de Santiago Carrillo, llegado a España disfrazado con una peluca, y provocó la indignación de los militares en los cuarteles, aunque la sangre no llegó al río.

Suárez finiquita además el Movimiento, el Tribunal de Orden Público y la Organización Sindical franquista, legaliza los sindicatos de clase y prepara una nueva legislación laboral.

En junio, Unión de Centro Democrático (UCD) gana las elecciones para elegir Cortes y llama a la oposición a negociar un marco político y económico que acabe con una situación económica descontrolada y con algunos residuos del franquismo: los Pactos de la Moncloa.

Suárez logró el respaldo de todos salvo de Alianza Popular, que no firmó el pacto político, y afrontó la constante amenaza de golpe de Estado, primero con la «Operación Galaxia», donde participaron el capitán de infantería Ricardo Sáenz de Ynestrillas y el teniente coronel Antonio Tejero.

Pero la imagen clave de aquellos años es la del 23 de febrero, cuando, tras la dimisión de Suárez, que abandonó para permitir a una UCD dividida recuperar la unidad bajo un hombre de consenso, irrumpió en el Congreso Tejero durante la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo.

Con el grito de «al suelo todo el mundo» y el sonido del tiroteo de fondo, sólo Suárez y Carrillo permanecieron erguidos en sus escaños aquel día, en el que los golpistas condujeron al presidente a una habitación aparte y muchos temieron por su vida.

Su valentía le valió la concesión del título de Duque el 27 de enero por parte del Rey, otro de los actores clave para frenar la intentona golpista.

Suárez vivió sus últimos años en política en el Centro Democrático y Social (CDS), un partido de leales pero sin medios y con el único capital de la figura del ya expresidente.

Tras obtener dos escaños en 1982, el CDS albergó la posibilidad de ejercer de formación bisagra entre el PSOE y el Partido Popular cuando alcanzó los 19 en 1986 y resistió con 14 tres años después.

No ocurrió así. Castigado política y humanamente, Suárez se retiró de la política para cuidar de su mujer, Amparo Illana y de su hija Marian, ambas enfermas de cáncer. En paralelo, llegó el reconocimiento público a su labor como artífice de la Transición española.