El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (d), es recibido por el presidente francés, Emmanuel Macron antes de participar en una cumbre junto a la canciller alemana Angela Merkel y al primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, en la que se abordará la forma de impulsar las medidas de la UE en la lucha contra el terrorismo. | Efe

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Menos de 48 horas después de que la manifestación de Barcelona contra los atentados en La Rambla y Cambrils se convirtiese en una humillación para Mariano Rajoy televisada a todo el planeta, las formaciones que dan su apoyo al proceso soberanista han presentado en el Parlament la la proposición de la ley fundacional de la república catalana. ¡Nada menos!. Y Rajoy con un palmo de narices. Sin reaccionar, sin moverse, con su consabida pataleta verbal que no conduce a ningún lado, amenazando al viento.

Llevamos años de 'procés' y de anuncio catalán de que se hará un referéndum de autodeterminación. El Govern de la Generalitat ha dado un paso tras otro hacia el objetivo del 1 de octubre. Rajoy se ha limitado a llevar cada paso al Tribunal Constitucional sin haber abordado el más mínimo gesto político serio de tomar las riendas de esta deriva. Los soberanistas catalanes creen haber visto que en Moncloa no hay un estadista, sino que su titular funciona mentalmente como un abogado que se limita a poner recurso a todo lo que pasa por su mesa. O a llevar ante los tribunales a sus adversarios, incapaz de maniobrar desde el inmenso poder que le da la presidencia del Ejecutivo español. 'No es que no quiera; no es que no le gustaría hacerlo; es que no sabe. Esa es nuestra fuerza', es lo que comentan en privado algunos soberanistas.

Cada vez dan pasos más atrevidos. Comprobaron hace mucho tiempo que Rajoy es la duda instalada en el poder. Creen haber visto que sus indecisiones no obedecen a un exceso de inteligencia, sino a todo lo contrario. Tal vez sea éste el error de los soberanistas, su soberbia y falta de humildad. Pero calculan al milímetro cada paso mientras ven que Rajoy comete torpezas de bulto.

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El pontevedrés tuvo la gran oportunidad de demostrar firmeza justo después de la matanza de Barcelona. Podía haber declarado Alerta 5 y desplegado el Ejército en Catalunya. No se atrevió. Pensó que una medida más prudente basada en reforzar la Alerta 4 sería suficiente, calmaría los ánimos, uniría a todos contra el terrorismo en la batalla común hacia una causa superior: acabar con el fanatismo yihadista. Fue un craso error de cálculo. Los independentistas le dieron la vuelta al atentado y lo convirtieron en un sentimiento popular contra la venta de armas a Arabia Saudita. También los medios de comunicación de Madrid se han equivocado intentando desprestigiar la labor de los Mossos. No han logrado otra cosa que empujarlos más la defensa de las almenas de la Generalitat.

Si hemos llegado al actual grado de tensión es porque unos mesuran con precisión matemática cada movimiento y otro van a merced de unos acontecimientos que es incapaz de prever. Aparentemente, Rajoy no da la talla. Estos últimos días ha estado dos veces en Barcelona. En vez de demostrar coraje político e ir a la Generalitat a hablar con Puigdemont mientras en las Ramblas se lloraba a una quincena de muertos, optó por refugiarse en la delegación del Gobierno, como si fuese un convidado de piedra. La grandeza de los gobernantes se ve en las circunstancias complejas. Si en Madrid gobernase un Adolfo Suárez de nuestros días, otro gallo cantaría. En 1977 tuvo el valor de abrazarse a Josep Tarradellas, que llegaba de más de 38 años de exilio.

Gobernar es transigir, pero sobre todo es saber mirar a los ojos al rival. La empatía es hija legítima de la inteligencia y hermana de la lucidez. La fuerza de los soberanistas catalanes es burlarse con habilidad maquiavélica del hieratismo huero de Rajoy. Le ven como a un Goliat bobo. Le ven como a un 'monócrata', palabra inventada por Simón Bolivar cuando intentó perpetuarse en la Venezuela que luchaba por la independencia hace dos siglos. Bolívar era demócrata, constitucionalista y quería instaurar la igualdad ante la ley, pero con él flotando siempre como un corcho en la cúspide del poder. Probablemente la Generalitat analiza así a Rajoy. Demasiado ego, poca cintura, menos mano izquierda y nula visión de la jugada. Es tan indiscutible e intocable su poder dentro del PP que si le torean a él hacen lo propio con todo el centro derecha español. Le toman por tonto y se acercan al referéndum con Catalunya ahora sí ya convertida en foco de atención internacional de primer orden. Suspender la autonomía ahora generaría portadas en los dos hemisferios. Los soberansitas catalanes juegan con la ventaja de que creen saber que Rajoy tendría miedo a cruzar el Rubicón aunque su corriente sólo midiese un palmo.