Sin el apoyo tras la cortina de San José María, el palentino jamás le habría ganado el congreso a Soraya. | Efe

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Esta vuelta de vacaciones septembrina ha devuelto el aroma al ambiente político de que José María Aznar está preparando el vuelo del Ave Fénix. Destruido Rajoy, por el que se sintió traicionado, ya sólo le restan a Aznar un par de 'obstaculitos' para recuperar La Moncloa en plan salvador de España y, como Winston Churchill en el crítico 1940, con 65 tacos cumplidos. Los dos 'obstaculitos' se llaman Pedro Sánchez y Pablo Casado. Aznar piensa merendárselos en cuestión de meses. Casado ha ejercido de púgil durísimo y peleón, de perfecto tonto útil, en pleno verano. Hace a las mil maravillas el papel que le diseñó Aznar para que le abra camino.

Sin el apoyo tras la cortina de San José María, el palentino jamás le habría ganado el congreso a Soraya. Por tanto, Míster Máster le tiene que estar agradecido a Aznar durante los meses que le dejará ejercer la presidencia. Tanto José Mari como Pablo saben que las horas de este último están contadas, ya que su currículum académico es una corona de espinas.

Pedro Sánchez disfrutará a horrores en los próximos meses mientras la olla a presión del máster de Casado se hace irrespirable, forzándole a la dimisión. Lo que no ve ahora Sánchez es que eso propiciará la resurrección en olor de multitud de Aznar en persona, que en estos momentos ya se está haciendo otra vez con el control del partido con Casado con la cabeza agachada, porque el asunto del máster le ha transformado en el 'pato cojo' de la política española. Tiene que limitarse a ejercer su papel de batallador antirojerío y antiindependentismo hasta que quede sellado su final. Faltan sólo meses.

Aznar no tiene escrúpulos para alcanzar sus metas. En julio de 1995 se cargó con desprecio a su leal Gabriel Cañellas por el asunto del túnel de Sóller. Aznar, fumándose un puro, le espetó a Cañellas en su despacho de la calle Génova: «Gabriel te tienes que ir por el bien de España. No consentiré que seas una piedra en mi camino». Que Míster Máster recuerde esta frase, porque en ella también está marcado su triste destino y su negro final.

José María está ideando su regreso a Moncloa. Jamás se resignó a dejarla, forzado por su promesa electoral de que solamente gobernaría ocho años, único camino que tenía para derrotar a Felipe González en 1996. Su esperanza era designar como heredero a un 'bobo' que le guardase la silla cuatro años. El 'bobo', naturalmente, era Rajoy. Designado sucesor a dedo en 2003 y que ha resistido los embates del zar José María ¡durante quince años! Tiene mérito.

El toque de corneta de que Aznar regresa lo ha dado la caverna mediática madrileña al principiar este septiembre. Han bautizado a Sánchez como 'Falconetti', aquel remalo de una serie norteamericana que tanto éxito tuvo en España a finales de los años setenta del siglo pasado. ¿Quién ha 'bautizado' así a Sánchez? Todo indica que quien veía series de tele durante la Transición, es decir, de la edad de Aznar. El mote 'Falconetti' lleva su sello, así como la consigna «hay que echarlos», referida a los socialistas y tan cacareada estos días por la caverna. La bandera que han levantado los cavernícolas es también el sueño de Aznar: «reducir el Estado de las autonomías a la mínima expresión y poner en vereda a catalanes y vascos». Es un claro lenguaje cuartelero que va en búsqueda del electorado castellano y andaluz y que pretende sembrar la división social en el Principado y en el País Vasco.

Ahora Aznar parece tener de nuevo el viento a su favor. Le ha costado ¡casi tres lustros! superar aquel desastre del jueves 11 de marzo de 2004, a tres días de aquellas elecciones generales. Rajoy era el candidato, pero él mantenía con mano de hierro el control del Estado y de su partido. La gente se había manifestado contra la guerra del Irak. Él se fotografió con Bush en las Azores. Dio la espalda a la realidad. Aquel 11 de marzo el islamismo terrorista atacó Madrid y causó casi 200 muertos. Fue terrible. Y Aznar intentó resistir tres días (hasta las elecciones) engañando a los españoles y haciéndoles creer que el atentado era obra de ETA. Forzó a su ministro del Interior, Ángel Acebes, a decir barbaridades en televisión: «No hay NINGUNA DUDA de que ha sido ETA». Forzó a la ministra de Exteriores, Ana Palacio, a engañar al consejo de seguridad de la ONU, que aquel 11-M hizo público un comunicado condenando a ETA, cuando en Madrid la Policía ya seguía la pista yihadista y había encontrado una furgoneta con grabaciones de versos coránicos. Y el propio Aznar en persona telefoneó a importantes directores de periódicos engañándoles sobre los datos que tenía en aquellos momentos, para que las portadas de los diarios culpasen a ETA.

Únicamente 'alguien' se desmarcó. El candidato Rajoy, entrevistado en televisión y más gallego que nunca, dijo: «Yo he sido ministro del Interior y por tanto mi obligación es creerme al ministro del Interior. Y si éste dice que ha sido ETA, yo me lo creo». Aquí comenzó el odio tribal entre Aznar y Rajoy, que llegó a su culmen cuando saltaron a la Prensa los SMS de Bárcenas, que fue el principio del final de Rajoy.

Aznar ha arrastrado durante tres lustros la 'culpa' del 11-M. Como se sabe, el PSOE de Zapatero fue hábil el 12, 13 y 14 de marzo de 2004. Dio la vuelta al calcetín y el PP se fue a la oposición dos legislaturas. Pero ahora Aznar ya está recuperado (somos el país de la mala memoria histórica). Hace ejercer de perro al pobre 'pato cojo' esperando que el PSOE lo triture, para regresar luego él en pleno desgaste de Sánchez.

Pero a Aznar la ambición le ciega. Le falta la visión global del lodazal en que ha convertido Rajoy a Catalunya. Aznar tampoco comprende a Catalunya. Con arrogancia y paletismo centralista no se entiende al país del dragón y de Sant Jordi, de la lanzada contra el monstruo para proteger a la dama, marcado en el inconsciente de todos los independentistas, soberanistas y autonomistas que defienden un hecho vivo y diferenciado. Tal vez el único que supo racionalizar este símbolo fue el científico austríaco y antinazi Bruno Bettelheim, que estudió el mito del dragón y del caballero lancero en su célebre obra 'Psicoanálisis de los cuentos de hadas'. Betterlheim, que sabía lo justo de política pero una enormidad de los sueños humanos, identificaba a Sant Jordi con el hijo que mata al padre (el dragón, o el Estado) para reivindicar su madurez ante su madre (la dama, la patria). Catalunya es un país que ha madurado, ha superado la inocencia y exige ser tratado de igual a igual. Por eso lucha.

Aznar, ese chico bien del barrio de Salamanca, se caracteriza por tratar con desprecio a sus 'inferiores'. Por eso, aunque retome todo el poder, ejerciendo de dragón (jefe real de un viejo Estado) lo tendrá muy difícil para llegar a un entendimiento no ya con los catalanes y vascos, sino con el conjunto de la izquierda española, que también ha superado la fase de la inmadurez y quiere transformar el país de arriba a abajo. Enterrando a dragones caducos como Aznar o exhumándolos, como a Franco.