Allí la tensión es elevada desde que hace unas semanas Marruecos y Argelia rompieran relaciones. Las fronteras están cerradas y no existe ningún contacto entre ambos bandos, vecinos e interdependientes con una histórica mala relación. Las cosas pueden empeorar si no se recupera el ambiente cordial y el mutuo reconocimiento, por una cuestión eminentemente práctica. De ello depende el suministro de gas natural que llega a España.
Su elevado precio ha sido identificado por los analistas especializados como una de las razones principales por las que el precio de la luz ha alcanzado récords históricos en estas semanas. Si Argelia no renueva el acuerdo, que se extingue en octubre, y cierra el grifo del gaseoducto que transporta la materia prima desde su explotación a Marruecos, es inevitable que ese movimiento repercuta en la llegada del gas a España. Una especie de efecto mariposa económico cuyas consecuencias a la postre acabará por asumir el consumidor.
La necesidad de habilitar vías alternativas para seguir recibiendo el gas magrebí provocaría a todas luces un encarecimiento del proceso productivo, que finalmente repercutiría en la cartera del consumidor español; esto es precios más elevados para familias y pequeñas y medianas empresas, los sectores más indefensos ante la escalada sin precedentes de la factura eléctrica en nuestro país.
El panorama no es halagüeño. Hace unas semanas conocimos que el precio de la luz puede llegar hasta los 3.000 euros el megavatio hora, en unas jornadas en las que un récord era superado por el récord del día siguiente.
Ante esta situación la indignación de los ciudadanos aumenta. «Ha llegado el momento de decir basta ya», según el presidente de la asociación de consumidores de Balears Consubal, Alfonso Rodríguez, quien lideró una convocatoria frente a la Delegación del Gobierno en Palma. «No son récords, son hachazos», se podía leer en los carteles. Algunos pedían la «expropiación» para salvar al pequeño ahorrador.
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