Viajes físicos, virtuales, alucinógenos y sexuales. La tercera novela de la escritora en lengua vasca Katixa Agirre (Vitoria-Gasteiz, 1981), De nuevo centauro (Editorial Tránsito), explora los límites de la realidad en un futuro cercano en el que el turismo casi ha desaparecido, por todas partes hay refugiados climáticos y el metaverso invade la cotidianidad de la gente, que se aísla tras sus avatares. La Doctora en Comunicación Audiovisual y profesora en la Universidad del País Vasco reflexiona sobre la influencia de la tecnología en el turismo, la sexualidad, el matrimonio, la política y la percepción de la realidad.
Llegué a tu novela atraído por su contexto: el turismo de masas ya no existe, solo pueden viajar los más ricos y la realidad virtual ha sustituido ese vacío. Lo veo un futuro muy próximo, ante el progresivo fin del turismo barato. ¿De dónde te surgen estas ideas?
Cualquier cosa que haya imaginado parte de atisbos y pistas de nuestro presente. Hablamos de un futuro cercano y, en cuanto al turismo, no hay que ser muy perspicaz para ver que es un modelo insostenible, como sabéis en Baleares. En Cataluña no tienen agua por la sequía y van a recibir a miles de turistas. No es el territorio el que vive del turismo, sino al revés. Es algo moralmente injusto. Me puse en un escenario creíble en el que el turismo vuelve a ser lo que fue cuando nació: ese gran tour que hacían por Europa los aristócratas, muy elitista, de unos pocos. Volvemos a eso. En el libro se describe que hay un control de cuántos kilómetros te alejas de tu casa y solamente pagando mucho pasas las limitaciones. Ahí entra en juego la realidad virtual, que imagino muchísimo más extendida, y que se convierte en una simulación de la realidad mejor que la realidad. El turismo de masas deja de tener sentido e incluso la gente no lo echa de menos porque puede viajar incluso mejor, sin perder el metro o un vuelo.
¿Pero realmente crees que la virtualidad sustituirá el turismo físico?
La realidad virtual, como tal, hace muchos años que existe, pero cada vez los dispositivos son mejores. Es algo que está ahí, que no acaba de explotar del todo y que está por demostrar que sea un sustituto. Aun así, podría acabar reemplazando los viajes turísticos. El libro lo pensé antes de la pandemia y vi que pasaban muchas de estas cosas. El estar mediatizados por una pantalla, que es un entorno virtual donde tu cuerpo no está presente, resulta más satisfactorio para mucha gente. Con el cuerpo nos sentimos muy incómodos muchas veces, pero la pantalla te permite embellecerte con filtros. ¿Quién bajará de esa realidad mejorada? ¿Es posible una vida virtual total, sin cuerpos? ¿Hasta dónde es posible esta simulación?
La escritora y periodista Anna Pacheco, que entrevisté en esta sección, me recomendó encarecidamente que te leyera. En su podcast Ciberlocutorio confesaba que quería saber más sobre los detalles tecnológicos que describes. ¿Cómo te documentaste para tejer todo ese mundo?
Realmente no me meto tanto en lo tecnológico. La ciencia ficción actual llega a un nivel de conocimientos y tecnología muy lejano. Mi novela es más del tono de la serie Black Mirror, donde las tecnologías que describo son reconocibles. El holograma ya existe y ha habido conciertos de María Callas, que murió hace mucho, con sus grabaciones. Todo lo que sale existe, pero no está todavía tan extendido, quizás por razones económicas.
Creo que hay mucha paranoia con la IA. Yo veo el potencial para mejorar nuestra vida
La politóloga y periodista cultural Andrea Gumes, con la que presenta el podcast, decía que tu libro se queda en una queja más contra la hiperconectividad y esa imposibilidad en imaginar un nuevo mundo. Que es tencnofóbico, vaya. ¿La tecnología, en general, está siendo más negativa que positiva? Curiosamente, dedicas el libro a los niños y niñas de hoy, pensando en su futuro.
Entiendo la crítica y que se haga esa lectura. A mí me gusta mucho la tecnología y la admiro. Al pensar en la historia humana, me sorprende, y estoy al tanto de todo lo que va saliendo. No me da miedo, todo lo contrario, creo que hay mucha paranoia con la IA. Yo veo el potencial para mejorar nuestra vida. Al mismo tiempo, existe esa tensión y conviven los impulsos de abrazar lo tecnológico y, a la vez, darte cuenta de que te estás pasando, que te fascinas demasiado. Para escribir este libro estuve muy influenciada por el confinamiento, por las reuniones o el poteo online con amigos. Fue un agobio y mi fantasía era la de ir a un lugar cerrado y oscuro para que mi cuerpo se mezclara con otros. Por eso el viaje de la protagonista, Paula, pasa del extremo aislamiento físico de la realidad virtual a lo contrario, a una orgía de cuerpos desconocidos bailando en las entrañas de París. Se me puede acusar de haber caído en esta fantasía. Hoy quizás escribiría una historia en la que la tecnología tuviera un papel más emancipatorio.
De hecho, Paula y Nikola, otro personaje importante, tienen visiones enfrentadas sobre la virtualidad: ella la entiende como una extensión de la vida para tener lo que nunca tuvimos, mientras que él lo proyecta como un mundo utópico e impecable en lo moral para cuando abandonemos la realidad. ¿Cómo lo ves?
Nikola representa la corriente que existe entre la gente más fascinada por la tecnología, el transhumanismo, y que predica que el siguiente paso de la humanidad es digitalizar nuestra mente. No depender del cuerpo porque envejece, enferma y muere. Es esa aspiración de vivir eternamente. Hay gente de Silicon Valley que piensa así y me parece un despropósito narcisista, una locura. La muerte, aunque sea dolorosa, es la que da sentido a la vida. No sabríamos encontrarle el valor sin ella. Tampoco me sitúo en el ámbito de Paula, que representa a una generación muy seducida por la realidad virtual. La primera que ha pagado el pato, como a nosotros nos ha pasado con el teléfono móvil, que nos domina. A ella también le ha controlado la realidad virtual, pero los que son jóvenes en 2050 han crecido en eso y han visto lo malo que tiene y se rebelan.
Incluso ahora que la IA es generativa, se van a necesitar a más buenos escritores
Paula «es la creadora un nuevo mundo (virtual)». ¿Qué oficios serán (y ya son) útiles para diseñar realidades aumentadas en el metaverso? Se suele pensar en informáticos o ingenieros, pero creo que las humanidades recobrarán importancia.
Totalmente. Creo que la necesidad de contar historias es algo inherente a la humanidad. Imaginaba a Paula como una escritora del futuro, en vez de usar palabras, crea entornos y situaciones. Por eso viaja a París para ver, para empaparse de las cosas y luego contar una historia. Me ha sido fácil entender lo que hace el personaje, que crea entornos virtuales, porque es lo mismo que pensar un mundo ficticio de una novela o una película. Ya está ocurriendo con los videojuegos, donde se buscan escritores y escritoras. Incluso ahora que la IA es generativa, se van a necesitar a más buenos escritores. Habrá dos vías: la de la IA que hará historias como churros y muy parecidas, y la humana, que será la más genuina y original. La IA solo copia.
La vida de la escritora Mary Wollstonecraft atraviesa toda la trama porque es el motivo del viaje de Paula a París para diseñar un modelo educativo que enseñe sobre su obra y la revolución francesa. ¿Por qué escogiste este personaje?
Confieso que escribí este libro para hablar de ella, es la respuesta más sincera. Las madre no, mi novela anterior, iba sobre madres escritoras, y ya tenía fichada a Wollstonecraft, filósofa, viajera y madre de Mary Shelly, autora de Frankenstein. Quería hablar de ella y su época, porque su vida fue extraordinaria. Pensé hacer una novela histórica, pero no me veía capacitada y tomé el camino contrario. En vez de irme al pasado, fui a un futuro en que Wollstonecraft estuviera presente como un personaje virtual y que Paula tuviera que diseñar un módulo sobre ella. Me di cuenta de que si explicaba el viaje de París para documentarse, todavía no existiría su personaje, y pensé en que la filósofa se le apareciera de manera onírica o alucinatoria, como fantasmagórica, pero muy corpórea, porque la llega a sentir.
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En un momento en el que vemos cada vez más una defensa antiilustrada de la política, que Wollstonecraft habitara el periodo de la Ilustración, ¿es casual?
Igual al principio no, pero al meterme ves las conexiones. La Ilustración como momento fundacional de nuestra época, que quizás ya está acabando. En el tiempo de Paula quizás pueda haber una nueva reilustración. Que Wollstonecraft fuera la madre de Mary Shelly, que escribió sobre los peligros del poder creativo de la gente cuando se mete en cuestiones de vida o muerte, es otra conexión. No es casual que el avatar de Paula se llame Viktor, por Frankenstein.
Escribes en euskera y Aixa de la Cruz te traduce al castellano, aunque también está disponible en catalán gracias a La Segona Perifèria. Tu estilo es dinámico y muy de sujeto, verbo y predicado. ¿Cuáles son tus influencias literarias?
Es difícil decirlo, han sido muchas y variadas y van cambiando. Sobre el estilo tiene que ver con mi manera de ser. No me pierdo en regresiones y soy directa. También tiene que ver con el idioma porque en euskera no quedan tan bien las subordinadas. La literatura que se hace ahora, además, ha dejado de lado el barroquismo y la exhibición despampanante, quizás por influencia de lo audiovisual. Nuestro imaginario en el mundo occidental es muy similar. Leí mucha literatura norteamericana en mi juventud, pero ahora me gusta más lo francés y las contemporáneas de aquí. Leo sin una estrategia, según lo que me va diciendo la intuición.
No caigo en la mística de la lengua milenaria o el pueblo especial
Me gusta la sutileza con la que consigues contar una historia que tiene muchas conexiones con Euskadi, pero, a la vez, una visión universal.
Para mí el lugar en el que nací no es más que otro lugar. No caigo en la mística de la lengua milenaria o el pueblo especial. Veo pocas diferencias entre vivir en Bilbao o cualquier otro lugar del mundo occidental. Con las particularidades de cada sitio, los avatares, las preocupaciones y valores son muy parecidos a los de cualquier otro lugar.
La trama sobre el polémico escritor vascofrancés filonazi Jon Mirande y la política ficción que desarrollas fugazmente me sorprendió. ¿Es una advertencia? ¿Te han criticado por ello?
Ojalá hubiera habido polémica, siempre la espero, y poder haber sido trending topic (ríe). Con libros no se consigue, los lee poca gente. No es una advertencia en el sentido de lo que otros no ven, todo el mundo ve qué tipo de ideas son cada vez más aceptables, como lanzar discursos abiertamente racistas. Debo decir que me generó muchas dudas meter la trama sobre Mirande, que se me alargó y tuve que recortar. El hecho de que todo pasara en París, donde nació, me pereció una buena oportunidad de devolver a la vida este personaje que siempre me ha fascinado. Nadie le aguantaba en la posguerra, cuando todo el mundo había sufrido y en la cultura vasca había una amplia conciencia antifascista y antifranquista, fueras del PNV u otros partidos, era algo básico. Mirande, en cambio, tras la Segunda Guerra Mundial, te venía todavía con ideas nazis. Un tipo muy oscuro, raro, pero brillante como escritor, que consiguió crear una obra en euskera fuera de los círculos de la cultura vasca del exilio. Me parece digno de ser recordado y leído. Meterle fue un poco por capricho.
Lo virtual puede tener el mismo efecto que si te pasa algo real. Eso es lo importante, el efecto
No esperaba que desarrollaras con tanta profundidad una trama como la de Paula y su marido, Kai. Las OFtal, unas gafas de realidad aumentada que, usándolas con unos neoprenos permiten sentir igual que en la vida real, irrumpen en su matrimonio. Ambos acuerdan poder usarlas para acostarse con otras parejas porque, al fin y al cabo, no son reales. Sin embargo, «la simulación es tan buena que ha superado al original», dice ella.
Al final, lo que es verdad y no lo es no lo sabemos. Me explico: lo que llamamos realidad hay que nombrarlo entre comillas, como decía Nabokov. Somos incapaces de entender la realidad, solo una pequeña parte, que siempre está mediatizada por cómo percibimos las cosas y los valores que tenemos. También por los medios de comunicación. Nuestra relación con la realidad es peculiar y, si a nuestros sentidos se les engaña y creemos ver o tocar algo que no está allí, ¿cuál es la diferencia? Es algo que desde pequeña he pensado. ¿Veo lo mismo que el resto? ¿Podemos diferenciar qué es la realidad de lo virtual? Pero, ¿realmente importa? Lo virtual puede tener el mismo efecto que si te pasa algo real. Eso es lo importante, el efecto. En el caso de esta pareja no están tocando otros cuerpos físicamente, pero tienen la impresión de que sí lo hacen. Kai incluso siente que se está enamorando de otra persona. No hay diferencia. El efecto es el mismo que si pasara con alguien de carne y hueso.
¿El desarrollo virtual potenciará la disolución del género?
Sí que lo creo. Este sistema sexo-género, que va junto, se basa en el cuerpo. Empieza en el momento en que le hacen una ecografía a una madre. Como he tenido un niño y una niña, sé que se ve diferente. En función de eso, ya piensas el nombre y vas creando su género. En un entorno virtual, donde no hay cuerpo o se puede cambiar, con avatares muy diversos, el sistema sexo-género se tambaleará. Será mucho más fluido.
Para un esquema de poder como el estatal dudo que le interese ese escenario. Aun así, la lógica capitalista podría llegar a apropiarse de ese futuro para generar beneficios económicos.
Seguramente eso podría pasar. Tampoco lo del género fluido es algo que vaya a venir solo, requiere de esfuerzo y no creo que vaya a ser una revolución tan evidente y automática.
Salir de este mundo para ir a otro es algo que la humanidad siempre ha necesitado
Aldous Huxley y Philip K. Dick creían que las drogas psicodélicas dominarían nuestra existencia en un futuro que ya es presente. Las veían liberadoras y, a la vez, como herramientas de control, pero vemos lo contrario, que hay un menor interés por esas substancias, como dice Jorge Escohotado. ¿El metaverso será la nueva droga? ¿Por qué narras un viaje con LSA?
Me interesaba conectar la experiencia virtual con otras experiencias de realidades paralelas que ya ha habido en la historia. Salir de este mundo para ir a otro es algo que la humanidad siempre ha necesitado. Nunca ha sido suficiente el que tenemos. Las religiones también lo han hecho. Se han utilizado drogas en contextos religiosos para llegar a lo divino, más allá de lo terrenal. Quería enseñar que los griegos también flipaban como nosotros lo hacemos ahora con los entornos virtuales. También quise mostrar ese viaje que hace Paula para reconectar con su cuerpo físico y que viera que tiene todas las herramientas para viajar y alucinar sin necesidad de unas gafas OFtal.
5 comentarios
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Eso es lo que les gustaría a las élites, y encima no gastaremos tanto y no contaminaremos, y las élites tendrán enos saturación para viajar de verdad mientras la plebe hace el retrasado von unas gafas y zapatillas. Poco a poco con palabras modernas como coliving, intentan hacer ver que vompartir vivienda es positivo, coworking también, cuando la realidad esconde una miseria como que una empresa no tenga suficiente para alquilar un local sola o una persona no sea independiente con su sueldo de miseria y encima lo acepte. Ahora los viajes, también intentan que comer salamontes criados en juaulas sea aceptado en un futuro...
Mejor, así cuando viajamos no veremos miles de personas saturandolo todo mirando lo que yo miro pero a través de sus teléfonos para ser los más chupiguays de las redes sociales..
Pues buena es una seguramente novela, Patxi. Ahora en serio: unos turismo virtual y otros turismo real. Fenomenal. Se solucionó masificación.
Si claro guapi agenda 2030 no harás nada y serás feliz
Si hace poco se publicó la noticia de que una mujer se casó con un novio virtual, ya nada debería sorprendernos.