Arriba, una voluntaria vende los ‘panets’ a un euro la bolsa. | Jaume Morey

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Sant Antoni de Pàdua volvió este lunes a obrar el milagro de multiplicar la comida para los pobres. Como cada año, el convento de los capuchinos de Palma, junto al Mercat de l'Olivar, procedió a la venta de los panets con motivo de su onomástica. Dos panecillos por un euro que, tras ser bendecidos en la misa de las 7.20 horas, se fueron vendiendo a lo largo del día. El destino de esta recaudación será la de comprar alimentos para seguir ofreciendo una ración diaria de comida a las personas que se acercan a esta céntrica iglesia de Ciutat. Gil Parets, fraile de la congregación de los capuchinos, explicó que «Sant Antoni de Pàdua conoció a Sant Francesc y obró muchos milagros, entre ellos el de multiplicar la comida para dar de comer a los hambrientos». Gil Parets señaló que «en nuestros conventos siempre se comparte todo lo que nos llega con los pobres. El pan de Sant Antoni siempre nos garantiza que algo habrá para repartir».

Ante la imagen de Sant Antoni de Pàdua, este lunes se congregaban creyentes que rezaban y dejaban velas, además de comprar los panets con los que la congregación puede seguir con su labor humanitaria. Los que compraban los panecillos se llevaban de recuerdo una estampa de Sant Antoni de Pàdua, al que según la tradición se encomendaban las jóvenes que buscaban un buen novio o los que han perdido algo y quieren encontrarlo. A las ocho de la tarde se terminaron de vender los últimos panets y con la recaudación los capuchinos incrementarán las existencias de su despensa para seguir ofreciendo algo de comida a los más necesitados de la ciudad.

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fray Gil Parets, junto a los bocadillos que se repartieron en la iglesia.

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Durante la mañana, numerosas personas se acercaban a la puerta del reparto de comida diario, que se lleva a cabo de lunes a domingo. Un bocadillo y un dulce era el contenido de las bolsas que repartían las voluntarias a aquellos que tienen problemas para llenar la nevera, que en Palma siguen siendo muchas, pese a las excelentes cifras turísticas que se están manejando ahora mismo. El padre Gil Parets explicó que «la gente es muy generosa y nos dona muchos alimentos». Además del bocadillo, también se repartían latas de atún o paquetes de arroz para complementar la ración repartida.

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Una persona se acerca a la iglesia para recoger su ración diaria de comida.

Termómetro

La cola de los capuchinos es el termómetro con el que se mide la necesidad en Palma. En lo más duro de la pandemia llegaba a dar la vuelta a la manzana. Si antes había hasta 400 personas, ahora llegan a las 200. «Unos 70 suelen ser sin techo y el resto, jubilados que tienen pensiones mínimas o sueldos muy bajos y no les llega para la comida», dijo Gil Parets, que admitió con pesar que «el peligro es que se cronifica la pobreza».