Las zanjas ya se están abriendo en el Paseo Marítimo. | M. À. Cañellas

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Los neones de las fachadas solo iluminan a algún que otro relaciones públicas aburrido y a propietarios de comercios que están a la caza de clientes. No importa: un jueves por la noche en el Paseo Marítimo apenas pasa un alma, salvo los espectadores que salen del Auditòrium de Palma. A su alrededor están las vallas y las zanjas que comienzan a abrirse, mientras reposan en silencio las excavadoras que despertarán por la mañana. Las escena, confirma el sector, es similar durante el fin de semana.

Los empresarios del Paseo Marítimo son conscientes de la necesidad de reformar este espacio de la ciudad, pero temen los eternos 22 meses que les quedan por delante de obras. Algunos incluso se plantean los ERTE y otros intentarán aguantar hasta la inauguración. Mientras tanto, las cajas ya han notado el efecto de las obras, con caídas de hasta el 50 por ciento.

Obras en el Paseo Marítimo.

«Esto está muy mal. No me quejo de la obra, que hacía falta, pero venimos de la pandemia y ahora nos toca esto... Y yo soy de los menos afectados», dice José Antonio Sánchez, que está al frente de Pad Thai Wok, una franquicia que tiene otra sucursal en la Plaça d'Espanya, que también se encontrará pronto rodeada de obras. «Menos mal que yo puedo trabajar con pedidos de comida a domicilio y eso nos salva, pero aquí no hay aparcamientos y será difícil aguantar 22 meses». De momento ya ha registrado este mes una caída del 50 por ciento en la facturación.

Sánchez afirma que «hemos pedido renegociar el alquiler con el propietario del local, que es una persona que empatiza. Nosotros tenemos suerte». El grupo de Whatshapp Salvemos el Paseo Marítimo reúne a todos los empresarios de la zona y allí vuelcan su frustración. Durante estos días arde por la cantidad de mensajes que acoge.

Algunos locales han optado por echar la barrera para coger vacaciones, como Can Pelut, o para hacer reformas. Otros ya cuelgan el cartel de ‘Se traspasa' o con el mensaje de ‘Volvemos la próxima temporada'. Hoteles como el Palma Bellver o el Palma Marina permanecen abiertos, frente a otros que esperan la llegada de la Semana Santa.

En la arrocería Sa Cranca las mesas languidecen un jueves por la noche. «El miércoles tuvimos una mesa y el martes, dos de dos clientes», dice Francisco Coca, gerente de este establecimiento abierto desde hace 36 años. «Siempre trabajamos un poco en febrero pero nunca había visto este bajón», dice Coca.

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Su restaurante cuenta con 14 trabajadores, de los cuales «cuatro están de vacaciones y uno de baja. Y además somos demasiada gente para la clientela que hay. Esperamos que el fin de semana se anime porque si no, a este paso, no llegaremos al 14 de febrero», cuenta el gerente. Y lo dice con preocupación patente, buscando soluciones para atraer a la clientela que se le ha escapado. «Regalamos dos horas de párking a nuestros clientes pero algunos no lo aceptan porque saben que lo ponemos de nuestro bolsillo», explica.

Ha dejado de facturar hasta un 60 por ciento respecto al mismo mes del año anterior y «estamos pendientes de si hay alguna ayuda o tenemos que hacer un ERTE». Coca reconoce que «lo peor es el tema de los empleados, son familias con niños, hipotecas, alquileres...    Tenemos que aguantar como sea. El proyecto va a ser buenísimo pero si no podemos trabajar, muchas empresas se quedarán fuera».

Obras en el Paseo Marítimo.

La música resuena en los bares de copas sin apenas clientela. Los relaciones públicas se muestran ansiosos, las terrazas están vacías, confían en que la clientela llegue pasada la medianoche. Y aunque llega, no lo hará al nivel de otros meses. Dicen que al que quiere fiesta no le para ni la rigurosidad del invierno ni que sea entre semana. En el pub Epic, su encargada Daniela Franconetti afirma que esta semana los dueños del bar se van a reunir para pedir ayudas al Estado.

A las puertas de otro local está la relaciones públicas Vanessa Pomar. «Esto es un desierto. No hay nadie porque no hay aparcamiento. Aquí venía la gente que salía de cenar de Génova o Santa Catalina. Esperemos que además de abrir la discoteca Lío haya otras más porque la noche aquí está de capa caída».

En el Mercat 1930 está su propietario Luis Recoveni, que afirma que sus ventas han caído un 75 por ciento. «Cierro dos días a la semana y estoy a la espera de que me acepten el ERTE. Pedimos a la AutoritatPortuària deBalears (APB) que nos quiten tasas y ayudas económicas. Espero que podamos aguantar hasta que acaben las obras». Mientras tanto, a su lado está el antiguo edificio que albergaba Tito's, que en verano se convertirá en la sala de fiestas Lío, de Pachá. «Esperamos que con esta apertura se anime algo», mientras pide que habiliten un acceso entre las vallas.

Al otro lado del Marítimo, llegando a Porto Pí, está el Amarre. Thomas Blasco y Pablo Durán cogieron el local en octubre. Se encuentra en una zona estratégica, junto al Club de Mar, que también está en obras. Este jueves tenía 35 personas, un récord en este Marítim desangelado, gracias a las clases de salsa. Aún así «tenemos una caída de entre el 35 y el 60 por ciento». Afirman que «si el servicio de taxi fue un fracaso el año pasado, deberían dejar entrar a Uber». Piden que la Estación Marítima abra el párking para sus clientes mientras esperan que las obras devuelvan al paseo el esplendor perdido.

El apunte

Más parkings y rebajas de alquileres, que van desde 2.000 a los 12.000 euros

Una de las principales quejas de los empresarios es la falta de    aparcamiento. Están disponibles los párkings de Marquès de Sènia, Federico García Lorca y Golondrinas, a la espera del que habrá en el solar de CLH. Los empresarios, ahogados por la caída de la facturación, piden más ayudas y están renegociando los contratos de alquiler de los locales con los propietarios. Los precios van, según su tamaño, de los 2.000 a los 12.000 euros al mes.