TW
88

En las últimas semanas en la plaza de Comtat del Rosselló un grupo de sintecho ha establecido allí su domicilio, junto a la terraza del kiosco y el parque infantil, protegidos solo por el voladizo del párking subterráneo. Su perfil es de lo más llamativo: son todos veinteañeros. En total unas ocho personas, que forman parte de la misma familia, se han instalado en este punto y les acompaña un hombre mayor, que pide en la calle Sant Miquel, al que consideran «un padre».

Los chicos que se han instalado ante el mercado del Olivar advierten que algunos de ellos tienen trabajo. Otros «hemos hecho cursos pero al final me echaron». En el caso de uno de los más jóvenes, con 22 años, justifica que «si no me puedo duchar, no puedo encontrar trabajo». Y recuerda que «estaba en un piso del Ibavi en un piso compartido pero me peleé con un jambo, mi compañero, y al final nos echaron a los dos». También los hay que están empleados en el servicio de limpieza de un centro de salud, «pero cobro poco más de 1.000 euros y por una habitación me están pidiendo 900 euros por un sofá-cama en la plaza de las Columnas».

Algunos vecinos de la zona han mostrado su preocupación por la presencia del grupo en la céntrica plaza. «Estamos desesperados, hemos tenido que llamar a la Policía Local y los chicos se enfrentan a ellos», dicen los residentes. Afirman que el Ajuntament es consciente de esta situación pero hasta el momento no se han tomado medidas. Un vecino advierte que incluso les inspiran temor. Los sintecho, sin embargo, explican que «a nosotros los vecinos no nos han dicho nada. Es que no estamos bajo un portal. Tenemos una escoba y un recogedor y barremos la zona diez veces al día mínimo».

Advierten que «el trabajo está mal, solo nos hacen contratos temporales» y pese a su edad, algunos de ellos son reincidentes y vuelven a la calle cuando no pueden pagar un alojamiento. Ca l’Ardiaca, por otro lado, queda descartado: «Estuve allí y me robaron tres maletas, todas mis posesiones», dice uno de ellos. Está sentado en una silla de plástico, en un salón improvisado mientras sus compañeros de asentamiento duermen envueltos en mantas y cartones a plena luz del día. A su lado la ciudad sigue su vida cotidiana: el mercado lleno de vecinos y turistas, la terraza con clientes, el parque con los niños que juegan ajenos a lo que ocurre a su lado.