Esta semana, en la Plaza de España aún había obreros trabajando en los remates. | Emilio Queirolo

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Hace dos semanas que la Plaza de España se inauguró. Un acto que contó con gran expectación ya que la reforma ha sido larga y costosa, según la percepción de la ciudadanía. De hecho, algunos contribuyentes indican que apenas han notado el cambio, más allá del nuevo embaldosado. «Está más bonita, pero han tardado mucho y han gastado mucho. Para lo que han hecho podrían haberla dejado más vistosa», dice Juan Carlos. «Los bancos son muy modernos y bonitos, pero muy incómodos, no tienen respaldos. Además, hay muy pocos», se queja Julio. «Echo en falta más jardineras y más verde. La encuentro muy fea. Esperemos que al menos no patine el suelo», dice entre risas Margarita. «Por lo menos ya han acabado y se puede pasar», sentencia Germán.

Durante meses la plaza ha sido un campo de minas donde las vallas se iban moviendo de un lado a otro, entorpeciendo el trabajo a la restauración; una situación que conocen de primera mano en el Bar Cristal: «Ha sido difícil, sobre todo cuando nos cerraron la terraza, porque tuvimos que reducir el personal y horario; pero ya ha acabado. Ha quedado arreglada y el suelo ya no resbala. Antes cada dos por tres llamábamos a la ambulancia porque alguna persona mayor se caía», expone la gerente del bar, Patricia Fernández.

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Patricia Fernández, gerente del Bar Cristal.

«Convivir con la obra ha sido terrible, nos hemos quedado prácticamente sin temporada, hasta hace un mes no apetecía venir a tomar algo por el ruido y el polvo», critica Alejandro Gómez, dueño del El Trasto y Pizzpazz. «Me parece que está igual y hay cosas que se podrían haber hecho mejor», asegura. «Voy a poner una instancia porque me han dejado varias semanas sin terraza en Pizzpazz y la concesión de obras solo era para la plaza y el local está en Porta Pintada», añade.

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Alejandro Gómez, dueño de El Trasto. Foto: T. Ayuga

«He llegado a tener la valla de la obra a dos pasos de la entrada», dice Catalina Roig, gerente del estanco número 17. «Cuando embaldosaron mi zona, no me obligaron obviamente, pero preferí cerrar para que se dieran más prisa». Indica que los trabajos han repercutido en las ventas: «Es una zona de paso y con las obras muchos ya no quedaban aquí y se ha traducido en pérdidas». También se queja de la poca información que ha recibido durante el transcurso de las labores: «Me iba enterando por los obreros», asegura.

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Catalina Roig, gerente del estanco nº 17. Foto: T. Ayuga

Pese a que la plaza ya está abierta, en la zona aún hay obreros que trabajan en los últimos remates. Esta misma semana había operarios acabando el embaldosado que rodea la estatua y la fuente del rey Jaume I. Además, el suelo aún está lleno de polvo.