Vista aérea del castillo de San Carlos

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El Castillo de San Carlos se alza en la bahía de Palma, vigilante, expectante. Lleva así poco más de cuatro siglos, pendiente de que nadie invada (de manera agresiva) la Ciutat que resguarda. Tras un pasado defensivo y ofensivo, el castillo de San Carlos se reivindica también como un monumento digno de visitar, por lo que reclama su cuota de atención como el Castillo de Bellver o la Catedral de Mallorca, todos ellos de cara al mar que siempre ha vigilado San Carlos. La historiadora del arte Elena Conde, el historiador Miguel Deyà Bauzà y el arquitecto Juan González de Chaves acaban de publicar el libro El castillo de San Carlos. Una fortaleza para la defensa de la ciudad de Palma y su bahía.

La construcción del monumento «fue una iniciativa casi personal de Felipe III para la defensa del Puerto de Palma. Pero como ocurre casi siempre, estaba el problema de la financiación», señala Deyà. «El Reino argüía que no tenía dinero ni murallas de Palma ni dotación de artillería, por lo que se llegó a un acuerdo: el 50 por ciento lo financiaría el colegio de mercaderes, que estaban muy interesados en que Palma estuviese a salvo de los ataques de piratas.

Arcón para custodia de caudales del año 1810.

Deyà aclara que, además del aspecto militar, «se quería llevar a cabo la defensa de las personas y la actividad económica de Ciutat». No en vano está a pocos kilómetros de Argel y los corsarios, que atracaban en Portopí, subían por el camino viejo de Llucmajor y llevaban a cabo un ataque constante. «Se construye media torre y se amplía y se crea el fortificado del Reino de Mallorca. Y así, entre 1610 y 1612 se lleva a cabo el periodo de construcción «solo de la torre, la parte antigua», que a día hoy aún es visible.

El germen del Castillo de San Carlos es defender la ciudad, «impedir que el enemigo hiciese tierra y entrase en la capital». Era un punto flaco por el que entraban los corsarios «que no querrían quedarse en la ciudad: se dedicaban a robar, secuestrar y luego pedir un rescate». Si en sus inicios el Castillo de San Carlos nos protegía de los musulmanes, en el siglo XVII, llegaron ingleses, holandeses y franceses, que en este caso «ya es un enemigo profesional». El castillo se transforma para rechazar a estos nuevos contrincantes, dotándose de artillería, «el arma fundamental en Mallorca» y el baluarte cumple un importante papel disuasorio durante la Guerra de Sucesión.

Interior del castillo de San Carlos

«Durante la guerra contra EE UU en 1898 se cree que hay un plan de invadir Mallorca, así que se hace una obra de gran calibre», cuenta González de Chaves. «Ante el peligro de que nos invadan los americanos se coloca se instala artillería». Incluso durante la Guerra Civil el castillo cumplía con su papel defensivo y avisaba de posibles bombardeos republicanos. Acabada la contienda en 1939, el castillo se convirtió en cárcel militar y siguió operativo como infraestructura de defensa hasta los años 50 del siglo pasado. El valor estratégico del castillo era de tal calibre que, según Elena Conde, «se deniega la intención de convertirlo en museo».

El arquitecto Juan González de Chaves explica en el libro que «cuando se mandó levantar el castillo, los mallorquines estaban acostumbrados a construir torres redondas. Se convierte en el primer castillo abaluartado de las Islas: cuadrado con pequeños baluartes en las esquinas».

Granada de mano de vidrio del siglo XVIII.

En 1662 «con diseño del ingeniero mallorquín Vicente Mut se proyecta un nuevo castillo con cuatro grandes baluartes». Las ampliaciones se van sucediendo y el castillo se adapta a las innovaciones bélicas, como la artillería de alcance corto, que requiere de bolas de piedra o hierro fundido.

De Chaves explica que «en 1762 se construye la batería más grande de la Isla, la Avanzada de San Carlos o La Perdida, con el objetivo de alejar al enemigo antes de entrar en la bahía de Palma». En el siglo XX se cubre el castillo de tierra y «se despejó con el gobierno autonómico». Eso explicaría el buen estado de conservación de San Carlos.

Puñal de la Edad de Hierro.

Como recuerda Conde, «en 1981 se convierte en museo y acoge una colección heterogénea con un gran marco cronológico y con alrededor de 4.000 piezas procedentes de cinco continentes». Ahora se reivindica centro museístico a visitar dentro del panorama cultural de Palma con puñales de la Edad de Hierro, uniformes donados por familias o piezas que recuerdan a los honderos que defendieron la Isla de las invasiones hace un buen puñado de siglos.