Cristales de botellas de alcohol rotos, colillas, restos de vasos
de cartón... No se trata del panorama de la plaza de un pueblo en
día de verbena, es el aspecto que presentan cuatro puntos de la
zona costera de Porto Cristo los domingos por la mañana. Los
jóvenes, de entre 16 y 19 años, practican la ya conocida como
«cultura del botellón» y se reúnen en las zonas de sa Torre, el
Parc del Riuet, el paseo de Drassanes y una zona verde ubicada,
junto al conocido Carreró.
Los vecinos de estas zonas no están dispuestos a aguantar ni los
ruidos por las noches (las risas, gritos y las puertas de los
coches abiertas con música a todo volumen) ni a contemplar los
restos de la «marcha alternativa» en las mañanas de sus días
festivos. Los hábitos de bebida entre los más jóvenes se han
encaminado hacia la nevera en el maletero del coche. La premisa es
emborracharse cuanto antes mejor y, lógicamente, que sea más
barato. Después acuden a los bares a bailar y a escuchar
música.
A lo que los asiduos del botellón llaman «escuchar» música, los
propietarios de locales lo llaman «gorrear». Esta denominación, se
hace extensible a todo lo que ofrecen en su bares «pagando
cristianamente nuestras contribuciones», afirman. Los propietarios
de bares no sólo se ven afectados por el «botellón» en la medida
que los asiduos a este tipo de marcha no consumen en sus locales
sino que «molestan a la gente que paga sus copas, utilizan los
lavabos, a veces sólo para vomitar, y ensucian». En este sentido,
añaden que «nosotros debemos pagar la limpieza de nuestros locales
cuando muchos de los que los han ensuciado no se han gastado ni un
duro en él».
La versión contraria de los que practican el garrafón es
evidente: «Si las copas no estuvieran tan caras...». La respuesta
de los propietarios, a quien de cada vez se les exige pagar más
impuestos, es también rotunda: «El nivel de vida no lo marcan los
bares, las copas suben con los impuestos».
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