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El suplicio que suponía circular por el Coll de Sóller antes de la apertura del túnel se ha transformado en un auténtico placer para los propios mallorquines que desean contemplar el paisaje y para los miles de visitantes extranjeros que hacen de esta carretera un itinerario turístico con grandes alicientes. El Coll de Sóller ya no es la única alternativa para llegar a la ciudad del Valle y precisamente el hecho de no constituir una obligación, hace que esta carretera se vea con otros ojos. El esplendor de las montañas de la Serra de Tramuntana con todos sus valores naturales se puede admirar sin la presión de las prisas por arribar al destino. Las 62 sinuosas curvas del Coll son ahora 62 oportunidades para disfrutar del entorno. Las características de la carretera han variado por completo desde 1997, año en que se inauguró el famoso túnel de Sóller. Por esta vía circulaban entonces del orden de 4.000 vehículos diarios y, en estos momentos, la intensidad media diaria es de unos mil vehículos. Según los últimos datos del Departament de Carreteres del Consell, por el túnel de Sóller transitan 8.456 vehículos diarios y por el Coll, 956. Pero además se ha convertido en una de las carreteras preferidas por los ciclistas y excursionistas.

Àngela Ferrà, que gestiona el bar restaurante Can Topa, ha optado por potenciar la cocina para atraer a los visitantes «Hoy por hoy el restaurante funciona al 60 por ciento y espero sacar mayor rendimiento manteniendo la calidad». El 90 por ciento de su clientela, apunta, es mallorquina. Acuden los fines de semana y, sobre todo, en invierno. «El Coll de Sóller fue siempre una obligación; ahora, en cambio, la gente que viene por aquí lo hace por gusto. Hay mucha gente que tiene el cosquilleo de subir al Coll, es un paseo como ir a Lluc a Orient», apunta.

Para los ciclistas, es una ruta única para hacer escalada de montaña y lo mejor de todo es que pueden circular con la tranquilidad de no ser atropellados. De hecho, no hay un día en que las bicicletas no pasen por este enclave de Mallorca. Testigos de la actividad turística que genera esta carretera son las titulares de los dos restaurantes ubicados en lo alto del Coll. Lejos de cerrar sus puertas por falta de clientela, han logrado sobrevivir con dignidad. Paula Milenn, que regenta el restaurante Dalt des Coll, ha constatado que los fines de semana predominan los excursionistas de la Isla y entre semana, los visitantes son turistas extranjeros de todas las nacionalidades: alemanes, ingleses, italianos, portugueses... «La gente que nos visita es buena gente, muy sana, que te puedes fiar de ella», explica Paula Milenn. «Sobre todo, vienen a disfrutar del paisaje, aunque también los hay que se niegan a pagar 4 euros por pasar por el túnel». La cocinera del restaurante, Joana Socias, destaca sobre todo la oportunidad de poder trabajar en plena naturaleza.

En el Coll también está ubicada la envasadora Font des Teix, las antenas de Alfàbia y, además, hay numerosas fincas privadas desperdigadas por todo el trayecto.