El ceño fruncido, la mandíbula prieta y la mirada desafiante. Joan
Thomàs es un tránsfuga pero no es tonto. Mucho antes de entrar en
la sala de plenos casi de la mano protectora del alcalde Carlos
Delgado, sabía que se encontraría con un ambiente tan hostil como
proclive a su hazaña política. Dicen quienes le conocen que es un
hombre atacado de populismo y ego este Thomàs que ya empieza a
girar en la órbita de un PP, que ha movilizado a sus bases para que
le jaleen.
Las dependencias del Ajuntament de Calvià son un hervidero de
policías, pancartas, camisetas serigrafiadas y dólares de pega con
la efigie de Delgado y el transfugado Thomàs. Tampoco falta el
concurso de aves políticas sin aparente, sólo aparente, vela en ese
entierro: el presidente del PSM y alcalde de Vilafranca, Jaume
Sansó, y la consellera nacionalista, Barbara Bujosa han sido los
primeros en llegar. Otro díscolo como es el alcalde de Andratx
ahora por el PP, hace tres meses por la extinta ALA, Eugenio
Hidalgo, tampoco quiere perderse la puesta de largo del cachorro
Thomàs. No obstante, las pancartas de agradecimiento a Thomàs por
permitir aprobar la recepción de Nova Santa Ponça enarboladas por
vecinos de Son Ferrer no amedrentan a un Isidre Cañellas que con su
perpetuo semblante de mahairishi hindú se esfuerza por repartir
sonrisas a tutiplén. Tiene las espaldas cubiertas y suficientes
voces para acallar los aplausos y vítores de las hordas populares.
Los nueve ediles socialistas, son para el de UM hoy una guardia
pretoriana de la que Antoni Manchado era su centurión.
Y faltaría más, entre la plebe que abarrota el anfiteatro
calvianer los consellers Antoni Pascual y Bartomeu Vicens y el
director insular de Cultura, Guillem Ginard, capitanean el
escuadrón de húsares fieles a un Cañellas que durante algunos
momentos del debate abandona su rictus bonachón y afable para dar
más de un golpe dialéctico sobre la mesa. Y si todo esto no le
basta al de UM, en la retaguardia está Madò Pereta para darle a
alguno con el bolso. Mientras tanto, ni ante sus ex jefes, se
arruga Thomàs. Es más, sus continuas risas y el visiblemente
fraguado compadreo con los populares Bartomeu Bonafé y Xavier Mas
le sirven para seguir incendiando los ánimos de quienes le llamaban
traidor, judas o vendido. Los decibelios suben al son y los
exabruptos suben al ritmo de punk. Delgado, entre charleta y
charleta con el jefe de policía, intenta contener la satisfacción
que le embarga como buenamente puede y avisa por tercera vez que de
seguir el cachondeo desalojará la sala. Pero llega el momento.
Manos arriba. Once contra diez y Juan Nigorra que ya se frota las
dos suyas. Esto se ha acabado o tal vez no ha hecho más que
comenzar. Delgado sigue sin querer hablar con la prensa y el
tránsfuga Thomàs se transfuga del Ajuntament escoltado por la
policía. Mientras lo sacan casi en volandas un crío con camiseta
serigrafiada mira la escena con asombro y casi miedo. «¡No te
asustes chaval!, no es un delincuente. Sólo es un político al que
algo le ha confundido». «¿La noche, como a Dinio?». «No chaval no.
Creo que no».
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