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PAULA GIRART
El viento dejaba bailar el polvo y las nubes hacían sombra a las ruinas de la fábrica más emblemática de Manacor: Majórica. Ahora, de las habitaciones donde manacorines y manacorins trabajaron y pasaron gran parte de su existencia sólo quedan escombros, polvo y alguna que otra bolsa de perlas y facturas. Lo único que existe de todo un mundo joyero donde se criaron centenares manacorins.

«¿Te acuerdas, María? Justo aquí reímos y lloramos». Son palabras de la ex trabajadora Ana Santos a su compañera María Vázquez mientras miraban a través de una ventana de donde, anteriormente, se veía la habitación donde trabajaban. «Lo que el viento se llevó...», contestó María mientras el viento se llevaba sus cabellos empolvados de los restos de su propia vida.

En silencio, y como si pasasen diez ángeles a la vez, el grupo de ex trabajadoras de la antigua Majórica se acercó a los restos de la fábrica para recordar viejos tiempos, ahora llevados por un golpe de pala. Sus ojos recorrieron fijamente cada uno de los rincones de las ruinas e iban perfilando los montes que formaban los restos de un lugar que, por muchos, era, es y será un mito.

De vez en cuando, gente se acercaba al grupo de mujeres y preguntaba «¿dónde está la fábrica de Majórica?». Ellas, con un toque de ironía y nostalgia, contestaban «aquí la tienes. Eso es lo que queda». Y es que era casi visita obligada para todos los extranjeros, dar un paseo por la emblemática fábrica que ahora, a pesar de todo, todavía se puede visitar en el polígono de Manacor.