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Prepotente y encantador de serpientes, a Hidalgo la Guardia Civil se le quedaba pequeña. Su paso por el Cuerpo no fue precisamente glorioso y en cambio su carrera como político fue fulgurante, llena de éxitos. Tantos que acabó devorado por su ambición. Trepó rápido, aprendió casi todo y se dejó seducir por el dinero, los coches y la buena vida. Los deportivos y los caballos le apasionaban, al igual que la ropa cara y los trajes a medida. Era la imagen del triunfador, del especulador metido a político. Pero hacía demasiado ruido, no era discreto. Sus vecinos fueron los primeros que empezaron a cansarse de que el alcalde se autoconcediera permisos de obras, que el alcalde tuviera una sociedad promotora compartida con su hermano, y que el alcalde llevara un ritmo de vida escandaloso; en definitiva, que se creyera una estrella en lugar de un gestor. Y pese a todo, qué fácil es ahora hacer leña del árbol caído. Hidalgo no era el único cáncer de Andratx, sólo el más visible. Muchos de los que durante años le arroparon se llevaban ayer las manos a la cabeza, falsamente sorprendidos. Todos se desligaban de él, el apestado. Pero la realidad es que en Andratx mucha gente ha ganado dinero con un alcalde como Hidalgo, un lujo para los constructores sin escrúpulos. Las montañas salpicadas de urbanizaciones no se han creado en un año, ni en cuatro. Andratx hace más de una década que vive un urbanismo salvaje, exagerado. El que podía ser uno de los municipios más encantadores de la isla es, en realidad, el paradigma de la construcción sin control, de las comisiones y de los chanchullos. Y de todo eso sólo tiene una parte de culpa Hidalgo, el único alcalde que ha salido esposado de un ayuntamiento mallorquín.

Javier Jiménez