A veces cuesta que coja el teléfono. Encima del tractor es lo que menos le importa, algo que le diferencia de forma evidente de la mayoría de jóvenes en Baleares, enchufados de forma ininterrumpida a su vida social a través de su terminal. Joan Francesc Cladera Pizà (sa Pobla 2004) ama la pagesia por encima de todas las cosas. En muchos sentidos comparte discurso con otro joven pagés orgulloso de serlo, Miquel Montoro. Sabe que como ellos hay más de los que creemos, aunque a la vista está que no son la norma. Aprovecha este altavoz para lanzar un mensaje más que pertinente: «Hay que animar a los jóvenes, el mundo de la agricultura en Mallorca se está yendo al garete».
La charla con este mallorquín de 17 años cuya pasión por el mundo agrario salta a la vista nos introduce de lleno en la marjal de esta prolífica población al norte de la Isla, conocida especialmente por su dedicación casi en exclusiva a un tubérculo. «Tenemos varias fincas que trabajamos por sa Pobla. Sembramos patata, además hace un tiempo que hemos puesto menets. Lo de tondre es una cosa que nunca había hecho. Trabajar con los animales es también muy bonito, puedes verlos crecer, me gusta mucho».
Ahora que el fin de las clases le deja más margen puede dedicar su jornada completa a realizar las tareas propias del campo, algo a lo que ya se dedicaban sus abuelos -«en aquell temps feien mongetes, pastanagó,...», evoca-, y también se han dedicado otros de su estirpe, entre ellos su padre y su padrí jove. «Quise estudiar agricultura pero algo pasó. En Muro eran muy pocos alumnos y me apunté al grado de electricidad, que también me irá mel. El año que viene sí que empezaré el grado de agricultura», vaticina con gran ilusión.
No es que a Joan Francesc no le interese nada más; al contrario, utiliza a diario las redes sociales de una forma apropiada a su edad y disfruta de pasar tiempo con los amigos. El tiempo, claro está, que le queda una vez ha atendido sus obligaciones. «Ellos me dicen, ¿ahora te tienes que poner con este trabajo? Pero el campo tiene sus necesidades, los tiempos de la tierra mandan y todo tiene su plazo», apunta el joven pobler, que reserva los sábados para dedicarse más a fondo a sus amistades y los días feiners los compagina entre aquello con lo que más disfruta y los estudios. «Hay mucha tierra y nunca acabas de fer-ne», advierte.
A su edad conoce de sobra los rigores de un trabajo duro, que la vida moderna se ha ocupado de complicar. «Muchos se alejan de la agricultura porque el precio que nos dan por lo que hacemos no es bueno», constata, por lo que demanda un mayor apoyo por parte de todos para lograr que los productores obtengan rendimientos dignos que no les aparten del oficio.
«¿Qué opino sobre Miquel Montoro? Por lo que he visto en sus vídeos no cabe duda de que es un chico que muestra mucho interés por el campo. Tenemos diferencias, para lo que trabaja él utiliza un tipo de maquinaria un poco más antigua, pero no tengo nada que decir. Va bien para el tipo de trabajo que realiza, las nuestras son para labrar a una escala mayor. Yo, el primer contacto que tuve en mi vida con un tractor, también fue con una máquina antigua, pero no hay problema. Las ‘cafeteras' también funcionan y muy bien».
Por si fuera poco, Joan Francesc pasó cinco años formándose en la Escolania de Lluc, de donde guarda un grato recuerdo. «Fue una experiencia muy agradable, estar con ellos era como estar con una segunda familia», rememora, haciendo hincapié en el apoyo que siempre recibió como Blavet y recordando las experiencias vividas, en especial «los viajes para ofrecer conciertos». «Lo malo era que estar en Lluc me alejaba de aquí, de la tierra».
Toda esa formación basada en el amor por lo propio y lo cercano, más lo aprendido en casa, han forjado en él una personalidad especial, con ecos de un saber ancestral transmitido de generación en generación que se filtra en una última curiosidad que tiene a bien compartir antes de despedirse.
«Cuentan que sa Pobla antiguamente era el punto más frío de Mallorca. Hacía frío hasta en verano», asegura. «¿Por qué? Porque todo el mundo sembraba judías, y su cultivo requiere mucha, mucha agua, de día y de noche. Tanta agua lo refrescaba todo, teníamos nuestro propioclimatizador local», dice satisfecho.
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