Edu Moyà es uno de los impulsores del proyecto Educatoro. | Jaime Mora

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Unir la pasión por el deporte con el apoyo a los jóvenes en riesgo de exclusión social. Así nació hace ya cinco años el proyecto Educatoro, una iniciativa del equipo de veteranos de El Toro Rugby Club, que ha acercado también a muchas chicas a un deporte minoritario en nuestras islas, pero que ya ha enganchado a docenas de adolescentes en Calvià. Edu Moyà, profesor de instituto y apasionado del rugby es, junto a Miquel Sureda, el alma mater de esta iniciativa.

¿Cómo surge Educatoro?
—Desde Emeritus Taurus, que es el equipo de veteranos de El Toro RC, quisimos aportar algo más a la sociedad a fin de dar a conocer el deporte y echar una mano a los jóvenes. Nosotros somos los responsables de transferir los valores del club y del rugby a los estudiantes de instituto que, de alguna forma, están desfavorecidos por cuestiones sociales, económicas o de género. El Ajuntament aporta la ficha y el seguro y nosotros nos encargamos del resto.

Tras un lustro de trabajo, el proyecto sigue siendo hoy un gran desconocido, incluso en el propio municipio de Calvià:
—Son proyectos que se hacen desde la trinchera, no tienen mucho eco ni cuentan con demasiado espacio en los medios, pero nosotros vamos trabajando y cumpliendo los objetivos que tenemos trazados desde el inicio. El rugby es un deporte minoritario, pero estamos satisfechos de cómo ha evolucionado Educatoro en estos años.

¿Cómo reaccionan las familias cuando invitáis a que sus hijos e hijas se sumen a vuestro club de rugby?
—Cuando invitas a alguien a jugar a rugby, más si se trata de chicas, se quedan un poco a cuadros, porque uno tiene en su cabeza la imagen de jugadores muy grandes. Yo soy un ‘tirillas’, pero juego como Ala y puedo aportar mucho, siempre basando el juego en la solidaridad. La fuerza es importante, pero en un placaje, por ejemplo, se necesita tener una gran técnica y eso está al alcance de cualquiera.

¿Cuántos jóvenes forman parte ahora mismo de Educatoro?
—Tenemos siete fichas, repartidas en categorías sub 8, sub 12, sub 14 y sub 16. Chicos y chicas entrenan y juegan juntos hasta los 17 años, de forma que se unen sobre el césped chicas de 15 años con chavales de 100 kilos y 1’82 de altura. Y esa es justamente la grandeza de este deporte en comparación de otros, en los que se segrega antes.

¿Qué tipo de seguimiento hacéis de estos siete jugadores durante el tiempo en el que forman parte del club?
—Seguimos su evolución, especialmente si hay carencias de tipo social, económico o emocional. En el caso de las chicas también estamos vigilantes ante un posible rechazo por actitudes machistas, pero la verdad que ellas van solas, forman casi una hermandad y hacen un equipazo. Se trata de estar pendientes de quienes sufren problemas económicos, algo que hacemos mediante una red formada por los entrenadores del club, el área de Servicios Sociales del ayuntamiento y el profesorado de los centros educativos donde los jugadores y jugadoras cursan sus estudios.

¿De dónde proceden esos jóvenes?
—Por nuestro trabajo en el IES Calvià, la mayoría de jóvenes vienen de allí, pero tenemos también estudiantes del instituto de Son Ferrer y de colegios públicos como el Puig de Sa Morisca. La intención, desde luego, es implicar a toda la comunidad educativa. Pero como te digo, la clave del éxito durante estos años ha sido el apoyo de los Servicios Sociales. Eso, y la implicación de las familias.

¿Vuestro gran handicap para crecer deportivamente es la falta de competidores?
—Totalmente. Aquí juega poca gente al rugby, y solo salimos del campo de Son Caliu para medirnos al Ponent o al Shamrock en el Germans Escales, básicamente, o a para ir a Pollença a jugar contra los Corsaris. Pero básicamente nos medimos cuando vamos a la Península. Allí ya sí vemos cuál es nuestro nivel.

¿Los lazos que se crean en el rugby son más fuertes?
—Pertenecer a un club como el nuestro te convierte en parte de una familia, por más años que pasen. Tenemos veteranos que ya no tienen ninguna vinculación con El Toro RC, pero que se pasan los días de partido aunque sea para dar la vuelta a una hamburguesa o para servir una cerveza.

¿El rugby como terapia?
—A mí el rugby me ha convertido en un atleta del miedo. Yo peso 63 kilos, parece que tengo que morir aplastado en cada partido. Pero sobre el campo, con mis compañeros, me siento protegido. Y así es como el rugby te ayuda a superar miedos y avanzar.