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Todo sucedió muy rápido, pero a la vez daba la sensación de que el tiempo se había detenido. Recuerdo que hacía calor. Mucho calor. Los que tenemos el 29 de junio de 1984 todavía vivo en nuestra mente pese al tiempo transcurrido aún nos acordamos de los sucedido hace 40 años en Artà. Ese verano de hace cuatro décadas en España solo había dos canales de televisión, La Primera y la segunda, o UHF, como así se conocía. Bruce Springsteen había sacado al mercado su mejor disco, Born in de USA. También ese 1984 la serie que arrasaba entre los pequeños en nuestro país era El gran héroe americano. En los cines ese año las películas que llenaban las salas contaban con títulos muy comerciales: Indiana Jones y el templo maldito, Los cazafantasmas, Gremlins y Karate Kid y faltaba poco para los Juegos de los Ángeles. Ese año, 1984, fue el de la muerte de Paquirri en Pozoblanco. Los teléfonos eran todos fijos. Felipe González presidía el Gobierno mientras que en Balears mandaba Gabriel Cañellas. La presidenta del Congreso de los Diputados, Francina Armengol, tenía trece años y la presidenta del Govern, Marga Prohens, dos.

Ese 29 de junio de 1984, sobre las ocho de la tarde, muchos vecinos de Artà regresábamos al pueblo procedentes de la playa. Unos de sa Torre, otros de la Colònia de Sant Pere, algunos de Cala Rajada y Cala Millor y un buen puñado de Cala Mitjana y Cala Torta. Era una tarde de inicio de verano normal con cientos de niños de vacaciones y a punto de entrar en el mes de julio. Pero algo no funcionaba. Algo desentonaba en la vida tranquila por aquellos años de la villa artanenca. Una espesa humareda se levantaba como una columna amenazante y cubría gran parte de la localidad. Se esparcía al ganar altura porque ese día era también ventoso. Se estaba produciendo un incendio. Voraz. Violento. Destructor. Desde cualquiera de las carreteras que uno utilizara para llegar hacia el municipio se observaba el humo y donde hay humo, hay fuego.

Las sirenas de policías y bomberos envolvían las calles en un sonido terrorífico. La primera pregunta que nos hacíamos todos los que llegábamos al pueblo era conocer dónde se ubicaba el foco del incendio, de dónde procedía. Eran años del boca a boca. Nada de teléfonos ni de internet. Se trataba de correr hacia el lugar en cuestión bien para verlo en directo o para tratar de ayudar. Estaba claro que era un lugar céntrico y las voces de unos y otros coincidían en un mismo mensaje a medida que corrías por la calle. S’està pegant foc es teatre. ¿Era eso posible? ¿Estaba ardiendo el teatro? Corriendo todavía con la arena por los pies enfundados en chanclas de plástico y el bañador puesto, niños y mayores nos agolpábamos hasta los alrededores del teatro principal. El peor presagio se cumplió y en las calles cercanas al carrer de ses Roques los vecinos asistían con absoluta incredulidad a unas imágenes que de vez en cuando se veían en el Telediario, que por aquel entonces presentaba Manuel Campo Vidal, y que casi siempre ocurría en otras poblaciones. No en Artà.

Pero en esta ocasión las cámaras de Televisión Española llegadas desde Ciutat enfocaban un espacio que ocupaba un lugar predominante en la cultura de la población y en el corazón de los vecinos. Abriéndose paso entre los cientos de curiosos, los camiones de bomberos, los coches de la policía local y de la guardia civil trataron de llegar al lugar del siniestro. Pese al esfuerzo titánico de los profesionales del parque de bomberos de la localidad, que recibieron también ayuda de la unidad de Manacor, nada pudieron hacer para apagar las voraces llamas que arrasaron con todo lo que encontraron.

Imagen panorámica de Artà en 1984 durante el incendio del teatro. Foto: Miquel Mestre Ginard.

Al poco de declararse el incendio la primera hipótesis que se valoró fue que todo empezó por culpa de un foco situado en la zona del escenario. Un cortocircuito provocó que las cortinas de esa zona prendieran con fuerza y extraordinaria rapidez y a partir de ahí se propagó por todo el recinto, bajando hacia la zona de butacas, ascendiendo a la parte alta del recinto y trasladándose hasta los pequeños palcos. Las medidas de seguridad de esos años no eran las actuales y cabe recordar que su puesta en funcionamiento databa de 1949, aunque años después la propiedad llevó a cabo una reforma en la que se modernizó sus instalaciones.

Ultima Hora llevó en su contraportada la noticia del incendio el 1 de julio de 1984

Lo ocurrido ese año 1984 fue un accidente, pero pese a la enorme desgracia material, no hubo que lamentar ninguna víctima ni herido. Fue un milagro porque apenas una hora más tarde, sobre las nueve de la noche, debía representarse una obra de fin de curso bajo el título El circ de la dansa a cargo del Ballet 84. Solo pensar lo que pudo haber ocurrido con la zona del escenario y camerinos llena y el patio de butacas, los pequeños palcos y el ‘gallinero’ a rebosar, pone los pelos de punta. No hay que engañarse. La tragedia pudo ser terrible y que en ese momento el recinto se encontrara vacío tuvo casi que ver con un milagro que simplemente por el capricho del destino.

Las violentas llamas arrasaron con todo el recinto cultural. Foto: Miquel Mestre Ginard.

El humo negro y espeso, unido al ruido que hacía el derrumbe de la estructura hiela todavía hoy la sangre. Cuando ya no hubo nada que quemar y los bomberos pudieron refrescar la zona, el espectáculo que se observó fue terrible. Se había quemado una parte de la vida social, cultural y personal de cada vecino. Las butacas ya solo eran esqueletos retorcidos, el techo se había derrumbado y el cielo quedaba la vista. Cuando eres niño todo lo grande te parece enorme y ese teatro era gigantesco y al día siguiente había empequeñecido, todo eran escombros, y el olor todavía hoy se percibe, se intuye. Esa mezcla de agua con ceniza, de combustión salvaje. De destrucción.

Imagen de la fachada del Teatro con las llamas quemando su interior. Foto: Miquel Mestre Ginard.

Las paredes que seguían en pie estaban teñidas de un color negro sucio y la estructura era idéntica a esas construcciones destruidas por bombas durante la guerra. Relataba el cronista de la revista Bellpuig en Artà, Guillem Bisquerra, en su emotiva y desgarradora crónica del siniestro palabras que todavía hoy encojen el alma. «Con el cielo por techo, solo se salvó la sala de máquinas, aunque los objetivos de las mismas aparecieron destrozados. El bar destrozado, el anfiteatro hundido en su totalidad, como también el famoso gallinero. Una verdadera ruina fue lo que contemplamos al a luz del día, ya que la noche de autos no nos pudimos apercibir realmente de la magnitud de la tragedia».

Fue difícil superar el impacto visual de lo sucedido, pero todavía más lo fue asumir que ese espacio destruido jamás volvería acoger obra de teatro o estrenos de cine. La generación de los setenta y ochenta vio allí películas hoy por hoy de culto. Films como Tiburón, Alien, Apocaliypse Now…antes Tarzán y los Hermanos Marx hicieron las delicias de los espectadores. Esas tardes de sesión continua en las que entrabas en ese teatro de los sueños y el cine te envolvía por completo. Esa pantalla grande rectangular, el sonido alto, potente. El tiempo de descanso donde acudías al bar para comentar la película y avanzar la expectativa de la segunda. Los más veteranos recuerdan todavía que por ese espacio cultural pasaron artistas como Enrique Guirart, Ana mariscal, Bonet de San Pedro y un enorme ramillete de actores y actrices de Artà y de toda la Isla que llevaron a cabo funciones de teatro llenando siempre el patio de butacas y el gallinero, como así se conocía a la parte alta del recinto.

Imagen de la portada de la revista Bellpuig de julio de 1984.

Miquel Mestre, una persona con unos conocimientos musicales y cinéfilos extraordinarios e impulsor de un programa magnífico en Radio Artà, Els dissabtes a la Ràdio, una joya de la comunicación, escribía también en Bellpuig el sentir de lo que para muchos significaba cerrar un ciclo como el del Teatro Principal, para muchos conocido como ‘es Cine’. «Ya no se verán esas imágenes en movimiento, esa magia que es el cine que tenía la facultad de transportarnos a otra época y a mil lugares exóticos. La pantalla, centro emisor de sueños, yace ahora calcinada, mustía bajo los escombros cargados de historia local…¿Os acordáis del casinet?, todos con nuestros refrescos que nos servía madò Paula, gaseosa de tapón de goma y el ‘Nick’ de naranja. La veces que nuestro bolsillo nos lo permitía tomábamos un polo de limón».

Y es que ese teatro, como recordaba Miquel Mestre, autor de las fotografías que se muestran en este reportaje, tenía algo especial que lo hacía único. En el techo se observaban unas caras, fabricadas con yeso, tratando de igualar el estilo del teatro clásico griego. Antorchas de luz, palcos junto al escenario y esa sensación de entrar en un mundo mágico cuando las luces se oscurecían y aparecía por allí el león de la Metro. Todo esto lo borró de un plumazo un incendio ocurrido el 20 de junio de 1984. Miquel, al ver la magnitud del suceso, tuvo la sangre fía de coger la cámara de fotos y sacar unas instantáneas que cuarenta años después muestran las imágenes desgarradoras de un incendio terrible.

Regresé años después cuando la brigada municipal utilizaba el local como almacén. Apenas reconocí nada porque el paso del tiempo no tiene piedad ni sentimientos. El fuego se llevó por delante el teatro de nuestros sueños. Nos queda el recuerdo de esas tardes y noches de cine. Esos años donde subías las escaleras con la entrada en la mano dispuesto a dejarte llevar. Hace cuarenta años ya de un día que todavía hoy permanece muy vivo en la retina de quienes llegábamos de una tarde de playa sin saber que nunca jamás podríamos volver al teatro de nuestros sueños.