El arquitecto Norman Foster ha sido el encargado de la reforma del Reichstag.

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Una nueva época comenzará hoy en Alemania cuando el presidente del Parlamento, Wolfgan Thierse, proceda a la solemne apertura del primer pleno de la cámara en el renovado Reichstag y empiece a latir el corazón de la esperada «República de Berlín».

Antes del traslado definitivo del gobierno a la capital, en septiembre, los 669 diputados del Bundestag volverán a reunirse allí para elegir, el 23 de mayo, al nuevo presidente de la República Federal de Alemania (RFA), que sustituirá a Roman Herzog. Amado y odiado a la vez, el Reichstag ha terminado por convertirse en el emblema de la nueva gran Alemania reunificada y simboliza mejor que ningún otro edificio de la capital los grandes cambios políticos del último siglo en la mayor potencia económica de la Unión Europea (UE).

Testigo de piedra, con 105 años de historia, fue erigido por Prusia, quemado por los nazis, bombardeado por los aliados, abandonado por la Alemania comunista y hasta empaquetado por el búlgaro Christo hace cuatro años, antes de que el último premio Pritzker de arquitectura, el británico Norman Foster, acometiera su renovación final.

La sola evocación de la palabra Reichstag todavía divide a la sociedad alemana, a pesar de que el Consejo de decanos del Parlamento autorizó hace tres semanas que el histórico monumento mantenga su controvertido nombre.