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La nueva Ley de Derechos Humanos que entró ayer en vigor en Inglaterra y Gales (ya se aplicaba en Escocia) va a suponer, según los expertos, la mayor revolución en el sistema judicial británico desde la Carta Magna (1215).

La ley, sin embargo, se limita a incorporar en la legislación británica los principios contenidos en la Convención Europea de Derechos Humanos. La ley defiende el derecho a la vida y a la libertad de expresión; a no ser víctima de torturas y a proteger la intimidad de cada quien; a la libertad de contraer matrimonio y de formar una familia.

También apoya el derecho a un juicio justo, a la libertad de pensamiento y religión, la libertad de asociación y la prohibición a ser discriminado por religión o por raza. El ministro británico del Interior, Jack Straw, aseguró que la ley permitirá proteger a los débiles contra «el poder arrogante del Estado».