La jornada de ayer no sólo se tradujo en confusiones, discusiones y
desconfianzas. Las anécdotas se sucedieron durante todo el día. La
novedad compartida se tradujo en ambiente festivo. En Formentera,
un cliente de un restaurante se llevó un buen susto ya que, a la
hora de pagar la cena de la que había disfrutado, por valor de
12.000 pesetas (72'1 euros), se encontró con que la tarjeta de
crédito no pasaba porque por error, pretendían cobrarle 12.000
euros (1.996.632 pesetas).
También en Formentera se ha comprobado que en bares y
restaurantes la gente no deja propina. Los clientes no saben si lo
que están dejando en euros es una miseria o si, por el contrario,
están aportando más de lo que pretenden. Hablando de miserias, otro
dato curioso el de los mayores, a los que eso de los céntimos les
suena a posguerra y a pobreza. «Volvemos a ser pobres», comentaba
ayer un grupo de jubilados en Formentera.
En Eivissa, las anécdotas se sucedieron. Desde un joven que
engullía pizza mientras hacía tiempo en la cola de un banco hasta
poder cambiar, a las dependientes de Ibifoto, que miraban con
angustia los cajetines con las ocho monedas, la pantalla del
ordenador de la caja y la eurocalculadora para dar los cambios. A
pesar del follón de clientes recogiendo revelados y dejando
carretes con las fotos de las últimas fiestas las dependientas
resolvieron su examen con nota. En la calle, dos adolescentes
gritaban: «Tenemos euros, tenemos euros». Los viandantes les
miraban divertidos.
Entre los clientes, los había para todos los gustos. Desde los
que se quejaban porque no se les devolvía el cambio en euros, a los
que querían pagar en pesetas a toda costa, pasando por los que se
fiaban por completo del cambio que les daban los dependientes a los
que exigían ver una y otra vez los cálculos en la eurocalculadora
del comercio, dato que contrastaban con la de bolsillo. El debate
de los taxistas de la parada de Bartolomé Rosselló estaba de lo más
interesante. Calculadora en mano hacían corrillos para ver a cuanto
salía ahora, en euros, la carrera.
Lo cierto es que ayer hasta comprar una simple botella de agua
era una odisea. «Te doy quinientas pesetas, o sea, 3 euros. El agua
cuesta 57 pesetas, o sea 0'34 euros. Así que tu me tienes que
devolver... Vaya por dios, que ya me he perdido». Conversaciones
como esta, ayer en un SAR, se repitieron una y otra vez en todos
los supermercados. Tarjetas con las cifras de conversión, la
calculadora de la que disponen algunos móviles y eurocalculadoras
de bolsillo. Cualquier instrumento valía y valdrá para recibir al
euro.
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