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El cielo medio se oscureció ayer como en un eclipse de sol y un acre manto de humo sumió Moscú en una neblina fantasmagórica procedente de los 190 incendios forestales que cercan la capital rusa en el verano más seco desde el último siglo.

Al menos 595 hectáreas de turberas en llamas o incandescentes en 22 de 39 distritos amenazaron con emanaciones de gas azulado a los diez millones de moscovitas, agobiados desde hace dos meses por una ola de incendios agravada por la mayor sequía que se recuerda.

El paisaje urbano se difuminó y algunos peatones aliviaron con mascarillas o pañuelos los picores en nariz, boca y ojos, mientras la espesa bruma penetró hasta en el metro, cuyas estaciones están en ciertos casos a más de cien metros de profundidad.

Edificios representativos de la silueta moscovita, como las torres del Kremlin, las cúpulas de la catedral de San Basilio y los siete rascacielos de gótico estalinista, se esfumaron de la vista.

Los aeropuertos Sheremétievo, Vnúkovo y Domodiédovo se cerraron temporalmente para los aterrizajes y los vuelos de salida sufrieron retrasos de varias horas o simplemente se cancelaron.

El servicio municipal de salud pública informó de que los niveles de monóxido de carbono en el aire «superan en tres o cuatro veces» el máximo considerado tolerable, en especial para pacientes con afecciones cardiorrespiratorias.