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ANGELA MOREDA
La lluvia es republicana, dicen algunos. Lo cierto es que no se puso del lado de los novios "o se puso demasiado" y complicó el día a muchos. Y así, en el momento más emocionante de la boda "-la llegada de la novia" la presencia del agua se hizo incómoda y llegaba a La Almudena sobre las once y diez de la mañana una Letizia Ortiz nerviosa y seria. Se ha comentado muchas veces que la periodista asturiana, hoy ya Princesa de Asturias, es persona muy perfeccionista y concienzuda. Pero justamente le falló lo único que ella no podía controlar, el tiempo. Y por ello la contrariedad se notaba en su cara, mezclándose con los nervios y la emoción del momento.

Luciendo un vestido sobrio y elegante, Letizia Ortiz hizo su entrada en la Catedral de La Almudena con paso tranquilo, del brazo de su padre y con la mirada en el Príncipe, que le esperaba desde hacía algunos minutos muy serio y tenso junto al altar, en lo que ya se ha calificado como una dramática espera por lo larga que se hizo. Al ver llegar a la novia, él sonrió abiertamente por primera vez, mientras la seguía con la mirada. Ya colocados en sus respectivos sitios, Letizia rectifica a su prometido la colocación del ramo de flores y le indica dónde depositarlo.

En los primeros minutos de la celebración se apreciaron los nervios de la pareja, que evitaba mirarse directamente y dirigían tanto él como ella la vista hacia el techo y el suelo alternativamente.

La primera pieza musical consiguió relajarles, y se miraron sonrientes. La emoción llegó al rostro de la novia cuando su abuela paterna, Menchu del Valle, leyó con tono radiofónico el texto de la liturgia que se le había encomendado. Pero una vez más Letizia pudo controlarse y evitó las lágrimas.

Durante la homilía del cardenal Rouco Varela, don Felipe, todavía bastante serio, miró un par de veces a su todavía prometida, sin encontrar respuesta, ya que ella parecía seguir con detenimiento el sermón. Poco después, quizás influidos por las solemnes palabras sobre el amor pronunciadas por el arzobispo de Madrid, la pareja se cogió de la mano. Y llegó el momento del sí quiero, que en esta ocasión se hizo con otra fórmula más larga, y tras solicitar al Rey la preceptiva autorización. Aquí cambiaron las cosas y se pudo escuchar a don Felipe con voz firme y segura, mientras Letizia le miraba fijamente. Cuando le tocó a ella hablar, su voz sonó temblorosa por primera vez en público.

A la hora de colocarse los anillos no tuvieron ningún problema, aunque los nervios persistían, como se podía comprobar al ver el modo en que la princesa de Asturias se apretaba una mano contra la otra. De hecho, en un momento dado, el novio le acercó un pañuelo para que las pudiera secar. A la hora de recitar el texto relativo a las arras, el Príncipe se quedó en blanco por unos momentos, recuperando el hilo rápidamente, ante la sonrisa divertida de la novia.

Ya ha pasado lo peor y empiezan a apuntar los primeros síntomas de relajamiento en los contrayentes. Son frecuentes, a partir de este momento, las ocasiones en las que el Príncipe mira hacia su derecha, donde se sitúa su familia política y los amigos de los novios. Tras seguir en voz baja el texto del Padrenuestro cantado, los novios se dan la paz con sendos besos en la mejilla. Seguían sin aparecer las lágrimas, esas lágrimas que adornaron en su día las escenas más emotivas de las bodas de las infantas Elena y Cristina, que tanto se han repetido estos días en televisión.

Tras finalizar la ceremonia, los ya marido y mujer iniciaron su recorrido por las calles de Madrid, mientras poco a poco el tiempo iba mejorando. A la salida de la Basílica de Atocha los rayos de sol iniciaron su tímida aparición y el escenario de la boda fue cambiando de color. Las sonrisas de los Príncipes de Asturias se hicieron constantes a partir de este momento, aunque todavía faltaba el esperado beso.

Una vez en el Palacio Real, una agrupación de gaiteros asturianos saludó a los recién casados con el célebre Asturias patria querida. Fue en este momento cuando se pudo ver a la princesa con los ojos llorosos por la emoción. Pocos minutos después, la pareja hizo su aparición en el balcón central del histórico edificio. A pesar de la insistencia de los ciudadanos congregados en la Plaza de Oriente, que solicitaban el tradicional beso de marido y mujer, la pareja no pasó de tres castos arrumacos en las mejillas.

Tras la sesión fotográfica, el banquete y los brindis, los novios pudieron al fin relajarse tras los intensos días vividos. Por delante tienen un secreto, pero sin duda espectacular viaje de novios, que les llevará a los más variados destinos.