Luciendo un vestido sobrio y elegante, Letizia Ortiz hizo su
entrada en la Catedral de La Almudena con paso tranquilo, del brazo
de su padre y con la mirada en el Príncipe, que le esperaba desde
hacía algunos minutos muy serio y tenso junto al altar, en lo que
ya se ha calificado como una dramática espera por lo larga que se
hizo. Al ver llegar a la novia, él sonrió abiertamente por primera
vez, mientras la seguía con la mirada. Ya colocados en sus
respectivos sitios, Letizia rectifica a su prometido la colocación
del ramo de flores y le indica dónde depositarlo.
En los primeros minutos de la celebración se apreciaron los
nervios de la pareja, que evitaba mirarse directamente y dirigían
tanto él como ella la vista hacia el techo y el suelo
alternativamente.
La primera pieza musical consiguió relajarles, y se miraron
sonrientes. La emoción llegó al rostro de la novia cuando su abuela
paterna, Menchu del Valle, leyó con tono radiofónico el texto de la
liturgia que se le había encomendado. Pero una vez más Letizia pudo
controlarse y evitó las lágrimas.
Durante la homilía del cardenal Rouco Varela, don Felipe,
todavía bastante serio, miró un par de veces a su todavía
prometida, sin encontrar respuesta, ya que ella parecía seguir con
detenimiento el sermón. Poco después, quizás influidos por las
solemnes palabras sobre el amor pronunciadas por el arzobispo de
Madrid, la pareja se cogió de la mano. Y llegó el momento del sí
quiero, que en esta ocasión se hizo con otra fórmula más larga, y
tras solicitar al Rey la preceptiva autorización. Aquí cambiaron
las cosas y se pudo escuchar a don Felipe con voz firme y segura,
mientras Letizia le miraba fijamente. Cuando le tocó a ella hablar,
su voz sonó temblorosa por primera vez en público.
A la hora de colocarse los anillos no tuvieron ningún problema,
aunque los nervios persistían, como se podía comprobar al ver el
modo en que la princesa de Asturias se apretaba una mano contra la
otra. De hecho, en un momento dado, el novio le acercó un pañuelo
para que las pudiera secar. A la hora de recitar el texto relativo
a las arras, el Príncipe se quedó en blanco por unos momentos,
recuperando el hilo rápidamente, ante la sonrisa divertida de la
novia.
Ya ha pasado lo peor y empiezan a apuntar los primeros síntomas
de relajamiento en los contrayentes. Son frecuentes, a partir de
este momento, las ocasiones en las que el Príncipe mira hacia su
derecha, donde se sitúa su familia política y los amigos de los
novios. Tras seguir en voz baja el texto del Padrenuestro cantado,
los novios se dan la paz con sendos besos en la mejilla. Seguían
sin aparecer las lágrimas, esas lágrimas que adornaron en su día
las escenas más emotivas de las bodas de las infantas Elena y
Cristina, que tanto se han repetido estos días en televisión.
Tras finalizar la ceremonia, los ya marido y mujer iniciaron su
recorrido por las calles de Madrid, mientras poco a poco el tiempo
iba mejorando. A la salida de la Basílica de Atocha los rayos de
sol iniciaron su tímida aparición y el escenario de la boda fue
cambiando de color. Las sonrisas de los Príncipes de Asturias se
hicieron constantes a partir de este momento, aunque todavía
faltaba el esperado beso.
Una vez en el Palacio Real, una agrupación de gaiteros
asturianos saludó a los recién casados con el célebre Asturias
patria querida. Fue en este momento cuando se pudo ver a la
princesa con los ojos llorosos por la emoción. Pocos minutos
después, la pareja hizo su aparición en el balcón central del
histórico edificio. A pesar de la insistencia de los ciudadanos
congregados en la Plaza de Oriente, que solicitaban el tradicional
beso de marido y mujer, la pareja no pasó de tres castos arrumacos
en las mejillas.
Tras la sesión fotográfica, el banquete y los brindis, los
novios pudieron al fin relajarse tras los intensos días vividos.
Por delante tienen un secreto, pero sin duda espectacular viaje de
novios, que les llevará a los más variados destinos.
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