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Desde la tribuna de prensa situada junto a la puerta principal de La Almudena, la panorámica era inmejorable. Por delante de nosotros, a escasísimos metros, pasarían los novios, los Reyes, las Infantas y sus esposos, las hermanas del Rey y sus hijos, las familias Ortiz y Rocasolano, los representantes de las familias reales, José Luis Rodríguez Zapatero y su esposa, el Gobierno en pleno, los presidentes y embajadores de los países invitados, los presidentes de las comunidades autónomas, y un buen número de personalidades. Quienes ocupábamos el lugar nos las prometíamos muy felices mientras mirábamos al cielo con preocupación. Todo parecía perfecto hasta que la caprichosa lluvia de mayo descargó su furia minutos antes de la salida de la novia. El pasmo y la preocupación se apoderaban de quienes ocupábamos la zona del acceso al templo, "prensa, policías, escoltas de la Familia Real, personal de la Casa del Rey", y del Patio de la Armería, donde varios miles de ciudadanos anónimos habían presenciaban el cortejo nupcial. Pasadas las nueve de la mañana, los primeros invitados hacían su entrada y con ellos el habitual desfile de modelos, pamelas y tocados que a todos encanta. Entre los más madrugadores, Manuel Pertegaz, diseñador del vestido de Letizia Ortiz, otro de los protagonistas de la jornada.

Entre las señoras predominaban los tonos pasteles: distintos tipos de verde pálido, como el que eligió una elegantísima doña Sofía para dar el brazo al Príncipe; el rosa en toda su gama "que vestía Maite Areal, esposa de Jaume Matas, siempre entre las elegantes"; el azul pálido, "por el que se decidió Carolina de Mónaco en su modelo de Chanel"; muchos marfiles; beige, que escogió Mette-Marit. El gris lo combinó a la perfección con el rosa palo Noor de Jordania, otra de las bellísimas, grupo en el que incluimos a Rosario Nadal, con abrigo entallado; a sus cuñadas, Carla Royo Vilanova, Miriam de Ungría o Maria García de la Rasilla, y a la siempre perfecta Paloma Cuevas, esposa del torero Enrique Ponce, con abrigo de Chanel; el gris plata fue elegido por varias damas, como una graciosa Fabiola de Bélgica que ante los gritos de los fotógrafos que la reclamaban les premió con un gracioso gesto de su abanico; otras damas se decantaron por el naranja, "en estampado, la infanta Elena, con chaquetilla torera dieciochesca, o Victoria de Suecia, ambas muy bellas", que se convirtió en un anuncio de la huerta valenciana en el conjunto de la esposa de Eduardo Zaplana.

El coral, muy intenso el que lució la madre de la novia, Paloma Rocasolano, también triunfó en esta boda. Y Carmen Romero, que evitó mirar a las cámaras, prefirió el azul oscuro. En general, las mujeres socialistas, con Sonsoles Espinosa a la cabeza triunfando enfundada en un ligero vestido marrón sin mangas y zapato plano, aprobaron con nota, aunque Trinidad Jiménez dejó claro con su traje de chaqueta que lo suyo son los pantalones, no las faldas. Perfectas iban la infanta Cristina, inmejorable en los últimos tiempos, y la reina Rania de Jordania, una de las pocas que eligió el vestido largo en una combinación de morado y blanco.

La nota extravagante llegó a la boda con Marta Luisa de Noruega, que vestía un vestido amarillo de manga corta con tulipanes superpuestos en la falda, y Àgatha Ruiz de la Prada, con una media de cada color, diseños en los que preferimos no extendernos. Y Rita Barberá, alcaldesa de Valencia, fue una de las pocas que acudió a cabeza descubierta. La presencia de mandatarios y príncipes árabes y africanos imprimió a la celebración un colorido y festivo aire étnico en el que no faltó el kimono de una de las invitadas japonesas. Y así transcurría el desfile por la alfombra roja, intenso y muy animado. Zapatos de tacón altísimo y punteras afiladas; pamelas de gran tamaño como la de la princesa Máxima de Holanda; tocados con motivos vegetales prendidos a un lado de la cabeza; gasas, sedas, lanas de primavera.

El buen ánimo entre los informadores en este tipo de actos se iba al traste cuando comenzó la tormenta y la alfombra roja se convertía en un lodazal.
El trabajo se convirtió en una pesadilla. Cada palabra que anotabas en el cuaderno se transformaba en un río de tinta desvaída. De las mochilas de los fotógrafos salían bolsas de basura y rollos de cinta adhesiva con los que improvisaban rudimentarios impermeables para cámaras y objetivos. Los redactores echábamos una mano en las tareas de bricolaje. Los paraguas chocaban unos contra otros, descargando sobre nuestros cuerpos aún más agua, que se colaba por mangas y cuellos, iba subiendo por los pantalones y se metía en los zapatos. La lluvia se portó rematadamente mal porque comenzó justo cuando la Familia Real y el novio comenzaban el paseíllo desde el Palacio Real hacia La Almudena. La mantilla con la que en ese momento nos sorprendió la infanta Elena fue el anuncio del tono goyesco que tuvo la boda. Lorenzo Caprile vistió en blanco y oro a las dos damas de honor, con redecilla en el pelo, que también lució doña Elena en la cena de gala de El Pardo de la noche anterior, y a los pajecillos. La anécdota a la entrada del templo, antes de que llegara la novia, la protagonizó Froilán, el hijo de los duques de Lugo, quien tras bajar del coche corrió y empujó a su primo, Juan Valentín, para hacerse con el control de la guirnalda de flores que portarían los seis niños precediendo a doña Letizia. Nada más entrar el novio en la iglesia, comenzó la tormenta. En unos segundos supimos que la boda, en cuanto a exteriores, se había ido al traste. Adiós a una entrada triunfal de la novia vestida por Pertegaz; al paseíllo de los nuevos esposos sobre la moqueta roja y, sobre todo, al recorrido en coche descubierto. Los ensayos que los pajes, los nietos de los Reyes y las sobrinas de la novia, para el paseíllo, quedaron deslucidos. La cara del Príncipe cuando accedía al templo del brazo de su madre lo decía todo sobre el tiempo. Todos nosotros comenzamos a lamentar el desastre. Y aunque en una boda nunca se debe apelar a las notas tristes, que la novia tuviera que cruzar el Patio de la Armería dentro de un Rolls-Royce fue lo peor de la mañana. Aunque sonreía, imaginamos que la futura Princesa de Asturias no se sentía muy feliz con aquel diluvio que le impedía mostrar el mayor secreto de los últimos meses, el vestido nupcial. Las damas de honor tuvieron que recoger la cola bordada con motivos heráldicos que la lluvia casi nos impedía ver: distintas flores de lis, espigas de trigo, tréboles y madroños.