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Reyes y reinas, príncipes y princesas, grandes duques y representantes de treinta Casas Reales, más de la mitad reinantes, acompañaron a don Juan Carlos y doña Sofía en la boda de su hijo y heredero, don Felipe. Los invitados fueron llegando a La Almudena en autobuses, la mayoría, y en coches oficiales, a partir de las nueve de la mañana, cuando todavía, aunque el cielo estaba muy nublado, no llovía. El acceso era a través de la calle Bailén y por la puerta principal de la Catedral, frente al Palacio de Oriente. Madrugadores fueron los príncipes Víctor Manuel y Marina de Saboya, junto a su hijo Emanuel Filiberto y su esposa, Clotilde Coureau, así como María Gabriela de Saboya, con una pamela interminable; los duques de Braganza y el archiduque Carlos de Austria con su esposa, Francesca Thyssen Bornemisza, tocada con un sombrero a lo Harry Potter. Por el mismo lugar entró la duquesa de Alba, que se equivocó de puerta. Acompañada de su hijo mayor, el duque de Aliaga, eligió un dos piezas verde con zapatos del mismo color, diseño de Tony Benítez.

Tres primos del novio, Teodora, Nicolás y Alexia de Grecia, que lucía una gran pamela turquesa, precedían a la princesa Carolina de Mónaco, que causó sorpresa entre la prensa «rosa» por su llegada en solitario y con el gesto serio, sin su esposo, Ernesto de Hannover, que sí estuvo la noche anterior en la cena que los Reyes ofrecieron en el Palacio del Pardo y que posteriormente apareció de nuevo en el banquete nupcial. Considerada una de las mujeres más elegantes del mundo, Carolina optó para la ocasión por un traje azul hielo y sombrero a juego de Chanel, el mismo diseñador que eligió para la cena de la noche anterior. En la lista de solitarios, otros dos nombres a añadir: el príncipe de Gales, que eligió el gris para su chaqué, y el heredero de Japón, Naruhito.

Los fotógrafos tuvieron que rogar a gritos a muchos invitados que se detuvieran. La mayoría lo hicieron sin ningún problema, pero ello provocó que se formara una gran fila de los que aguardaban su «turno» para entrar en el templo.

Magdalena de Suecia, con un elegante vestido verde y una pamela marrón; Victoria de Borbón Dos Sicilias y Rosario Nadal, esposa de Kyril de Bulgaria, fueron, entre las princesas jóvenes, las más fotografiadas. Y entre las reinas, Noor de Jordania, con abrigo estampado de fondo gris antracita y flores rosas, y Rania de Jordania, quien, a pesar de que el traje largo estaba reservado para la reina Sofía, acudió con una larga falda morada con tul y encaje blanco y blusa de estilo camisero, y Farah Palevi, entre las exquisitas, con vestido, abrigo y pamela en suave tono azul grisáceo y bolso y zapatos plateados. La reina Fabiola de Bélgica posó sonriente, saludando con su abanico, y optó por un azul malva para lucir un abrigo de papel, confeccionado por una amiga suya. La Begum Inaara, esposa del Aga Khan, elegantísima, con chaqueta blanca y falda de lentejuelas estampada con flores rojas y azules, departió animadamente con los asistentes más próximos. Muy elegante también Sofía de Habsburgo, con abrigo y vestido a juego estampado de flores en marrón y beige. Poco después llegaron los reyes de Grecia, Constantino y Ana María, junto a la princesa Irene y los duques de Esparta, Pablo (también de gris) y Marie-Chantal, que, embarazada de cuatro meses, llevaba un vestido color beige y abrigo gris jaspeado y una pamela con plumas también en beige, y que iluminó con su elegancia la gris mañana.