La vida de Rainiero III de Mónaco adquirió con frecuencia los
ribetes de una novela de folletín que empezó con su boda suntuosa
con la estrella de Hollywood Grace Kelly, en 1956, pasó por el fin
trágico de su esposa, en 1982, le siguió la sorpresiva muerte en
1990 de Stefano Casiraghi, el esposo de su primogénita Carolina, y
llenó páginas de la prensa del corazón con las ostentosas fiestas
del jubileo en 1999.
Lejos de la imagen de una familia Grimaldi perseguida por los
paparazzi tanto como los Windsor de Gran Bretaña, Rainiero se
esforzaba en la intimidad por preservar a los suyos, pero también
por reforzar la prosperidad del minúsculo territorio al pie de los
contrafuertes alpinos.
El pequeño principado era antes que él llegara al poder un
centro de juegos de azar y de placer, que durante su reinado se
transformó en plaza financiera internacional.
Esos placeres, Luis Henri Maxence Bertrand Grimaldi los probó en
su dorada juventud, durante la cual fue un destacado estudiante en
Gran Bretaña, Suiza y Francia, y luego flamante oficial de fino
mostacho a la Erroll Flynn en la Alemania de la inmediata
posguerra.
En 1949, a los 26 años se convirtió en soberano después de que
su madre, la princesa heredera Carlota, hubiera renunciado en 1944
al trono, la muerte de su abuelo, el príncipe Luis II.
Por sus orígenes y educación, Rainiero era de naturaleza
mediterránea y optimista, y esto lo demostró sobre todo con los
tres hijos que le dio la princesa Grace, a quien conoció durante el
Festival de Cannes de 1955 y con la que se casó meses más tarde, en
1956, bajo la atención del mundo entero, y a la que perdió en un
precipicio del principado, en 1982.
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