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El cardenal Joseph Ratzinger, ya Benedicto XVI, superó ampliamente los 77 votos necesarios para ser elegido Papa en la cuarta votación, tras rozar esa mayoría de dos tercios en la ronda anterior, según los primeros testimonios con los que se están reconstruyendo los momentos decisivos del cónclave.

El primer relato de los más avezados vaticanistas, imposible como siempre de contrastar, apunta a que Benedicto XVI rozó el quórum en la tercera votación, después de haber sumado nuevos sufragios en la segunda a los que obtuvo en la primera, efectuada el lunes pasado. Se habría tratado en este caso de una rápida y creciente suma de apoyos, más allá de lo que apuntaban las previsiones iniciales, que acabó de configurar un nutrido consenso en torno al ex Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Su compatriota alemán, el purpurado y arzobispo de Colonia, Joaquim Meinsner, lo reconoció expresamente en una conversación con la prensa de su país, al afirmar que «obtuvo más votos de los dos tercios necesarios», sobre los 115 electores presentes. También corroboraron ese extremo de forma más sibilina otros cardenales que ayer fueron interrogados a distancia por los periodistas, mientras abandonaban la Residencia de Santa Marta, donde se alojaron durante los dos días de la elección.

Diversos príncipes de la Iglesia, sin romper el silencio que juraron sobre lo sucedido entre los muros de la Capilla Sixtina, hicieron el mismo gesto ostensible, elevando la mano, cuando se les preguntó si Ratzinger había obtenido muchos más de 77 votos.

En ese punto, son muchos los observadores de la vida del Vaticano los que sostienen que el cardenal italiano Carlo María Martini, gran elector del llamado sector «reformista», pudo invitar a los «suyos» a que dirigieran sus votos hacía su rival y representante del ala «conservadora». Las cábalas, porque siguen siendo eso muchos de los análisis de urgencia de estas primeras horas sobre el primer cónclave del siglo XXI, apuntan a que la homilía de Ratzinger en la misa que precedió al encierro acabó inclinando la balanza a su favor.

Esa tesis la sostiene el cardenal octogenario y, por tanto, no elector Luigi Poggi, quien mantiene que, mientras hablaba el cardenal alemán, muchos de sus colegas coincidieron con sus miradas en que debía ser el elegido.