Luego reveló que se acordó de una carta que llevaba consigo de un
sacerdote alemán, que le recordaba lo que dijo en la misa del
funeral de Juan Pablo II, citando las palabras de Jesús a Pedro, y
le decía que «si el Señor me dirigiera a mí aquel 'sígueme', no
podría negarme a la llamada». «Los caminos del Señor no son
cómodos, pero no estamos hechos para la comodidad, y por tanto sólo
pude decir 'sí' a la elección», afirmó en su intervención
improvisada en alemán ante sus compatriotas. «Pensaba -añadió- que
mis trabajos en esta vida habían finalizado y que me esperarían
años de más tranquilidad».
«Quiero deciros -afirmó- algo del cónclave sin violar el
secreto: nunca pensé ser elegido ni hice nada para que así fuese,
pero cuando lentamente el desarrollo de las votaciones hacía
entender que la 'guillotina' se acercaba y me miraba a mí, pedí a
Dios que me evitara ese destino».
Antes de hacer estas revelaciones, se había concedido un baño de
multitudes en la que de hecho era su primera audiencia pública.
Unas cinco mil personas, con banderas alemanas y de su Baviera
natal, le aclamaron y aplaudieron durante los cuatro minutos en los
que estrechó un sinfín de manos antes de llegar al estrado.
Los «vivas» y los gritos de «Benedicto, Benedicto», en lengua
italiana y en alemán, se sucedieron durante el lento paseo del Papa
entre sus compatriotas, que poco antes ovacionaron también a su
hermano. «Hace veintitrés años que estoy en Roma, pero soy de
Baviera», dijo, antes de disculparse con humor por haber llegado
con retraso con la frase «ya sé que los alemanes están
acostumbrados a ser muy puntuales».
Con un tono confidencial les dijo: «Caminamos juntos y me fío de
vuestra ayuda y os pido comprensión si cometo errores, como sucede
a cualquier hombre, y que me concedáis vuestra confianza».
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