Una usuaria, durante el tratamiento.

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ALMUDENA DOMENECH-MADRID
La «hipoxia», disciplina basada en la disminución de oxígeno y que empleaban en sus entrenamientos los pilotos de los años 60 en la Unión Soviética para controlar el estrés, está siendo utilizada para aliviar problemas del asma y como método antioxidante en tratamientos contra el envejecimiento.

Este efecto lo crea en cabina un compresor y un sistema informático que altera la composición del aire que es aspirado por el paciente a través de un tubo conectado a una mascarilla. El entrenador precisó que la aplicación de este «aire de calidad» es muy favorable para los asmáticos, quienes pronto empiezan a respirar sin fatiga, «dejando incluso de usar los broncodilatadores propios de esta patología».

Según explicó Fernando Lozano, entrenador de deportistas de elite y director del Programma Oxygeno, centro pionero en España de hipoxia intermitente, este sistema ofrece resultados tan saludables como el aumento de la resistencia -menos pulsaciones ante una carga física-, tolerancia ante el estrés, reducción de la tensión arterial, aumento de glóbulos rojos, ligera pérdida de peso e incremento de la capacidad de ventilación pulmonar.

La Asociación Mundial Antidopaje (AMA) debatió recientemente sobre este innovador sistema y determinó que es «inocuo y absolutamente seguro» para su uso entre los atletas.

Lozano indicó que este entrenamiento, por el que se somete al organismo a sucesivos y reiterados ciclos de aire con poco oxígeno, reproduce, en actitud pasiva, el ascenso de un alpinista a altitudes elevadas y su posterior retorno al campamento base para descansar, de modo que se logra superar el «mal de altura» conocido como «puna» o «soroche».

«El organismo se adapta progresivamente a alturas más exigentes, que el sistema origina no sólo reduciendo la concentración de oxígeno, sino que añade el efecto positivo de reducir el nitrógeno y el CO2, e incrementa la cantidad de agua del aire», comentó Lozano. En cuestión de segundos, «podemos ascender a seis o siete mil metros, permanecer a esta altitud durante cinco minutos y volver a descender, todo ello sin movernos del sofá y a la altitud real de poco más de los seiscientos metros de Madrid».

Lozano subrayó que el resultado final, tras un máximo de quince o veinte sesiones de hipoxia de aproximadamente una hora de duración, es que el organismo «mejora su sistema de aporte de oxígeno» y, por tanto, «no sólo la respuesta a la altitud sino también la condición física».

Lozano recordó que la técnica nació en la Unión Soviética, en los años 60 del siglo XX, para lograr la adaptación de los pilotos al estrés.

Y aseguró que «en sesiones cortas e individualizadas de una hora diaria, se consigue mejorar el transporte de oxígeno del organismo por medio del estímulo de la producción endógena de EPO, como sucede de forma natural en estancias naturales en altitud, originando con ello adaptaciones muy similares, igual que lo hace un entrenamiento de resistencia».