La joven mexicana Rubí (c) junto a sus padres en una misa en el marco de su fiesta de 15 años este lunes 26 de diciembre de 2016, en La Joya (México). El cumpleaños número quince de la mexicana Rubí, un evento que pasó de ser algo local a convertirse en un fenómeno mediático en México y el extranjero gracias a las redes sociales. | Efe

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Con ilusión, pero visiblemente abrumada, vivió este lunes la mexicana Rubí Ibarra su multitudinaria fiesta -acudieron unas 30.000 personas- de quinceañera, un evento celebrado en una comunidad remota por miles de personas convocadas a través de las redes sociales que dejó la trágica noticia de un hombre muerto en una carrera de caballos.

«Hoy por la tarde, en el juego de la chiva (competición ecuestre para aficionados), hubo un accidente y una persona perdió la vida, por no atender las indicaciones e ir tomado (bebido)», dijo el tío de la joven, Pedro Ibarra, a los medios de comunicación en el lugar.

Según la Fiscalía del estado mexicano de San Luis Potosí, un hombre de 66 años murió y otro de 34 años resultó con una pierna fracturada, al saltar el cerco de seguridad y entrar en el improvisado hipódromo, en la localidad de Miguel Hidalgo, conocida como Laguna Seca y situada en el municipio de Charcas.

No obstante, la fiesta siguió su curso y con una gran parte de los miles de asistentes al evento completamente ajenos al suceso.

Desde primera hora de la mañana, más de mil personas procedentes de los lugares más diversos, incluidos mexicanos residentes en Estados Unidos, hicieron una primera escala en la diminuta comunidad de La Joya, en el vecino municipio de Villa de Guadalupe, para asistir a la misa y comida ofrecidas por los padres.

Por la tarde varios miles de personas dieron fe de la magnitud del fenómeno Rubí, que se hizo viral hace apenas un mes por un vídeo colgado por error en redes sociales en el que su padre invitaba «cordialmente» a asistir a la fiesta a todo el que quisiera y que logró 1,3 millones de confirmaciones.

«Agradecer a todos los que están ahí presentes por acompañarme», dijo la adolescente desde uno de los dos escenarios montados para la ocasión, tras recibir un coche de regalo del alcalde de San Blas, en el occidental estado de Nayarit, que se hizo conocido por regalar billetes y alardear de que había robado, «pero poquito».

«Estoy muy contento y muy alegre, acompañando la familia. Vamos dispuestos a echarle ganas, y a bailarlo», aseguró Miguel Ángel Quirós, oriundo de esta remota zona, con la etiqueta más vista en la fiesta para el hombre: botas, tejanos, cinturón y, sobre todo y antes de nada, sombrero vaquero.

Jacqueline González, estudiante de ingeniería agrónoma de San Luis Potosí, llegó con una decena de amigos y una nevera portátil llena de alcohol.

«Estamos acostumbradas a estas fiestas, somos de rancho. Hoy vamos a pasarla bien con Rubí y bailar» con las distintas bandas, relataron al tiempo de celebrar que este acontecimiento ponga a San Luis Potosí en el mapa.

En la fiesta corrieron ríos de cerveza y las paradas de comida instaladas en un descampado gigante de la hacienda Laguna hicieron su agosto, mientras la música, con varias bandas participantes, sonó a millones de decibelios.

Este hecho, sumado a la expectación que suscitaba Rubí en cada uno de sus gestos, convirtió el evento en algo que muchos recordaran por mucho tiempo en la región.

¿Y la homenajeada? Rubí se veía a ratos cómoda, a ratos sobrepasada y, sobre todo al principio, directamente asustada.

A su llegada al espacio donde se celebró la misa fue, tan menuda ella, prácticamente arrollada por los medios. Flanqueada por sus padres, apenas pudo llegar al altar.

«Respeten, por favor. No sean groseros, medios (de comunicación), mi sobrina esta nerviosa», dijo su tío.

El padre, Crescencio Ibarra, en otro momento un tanto tenso, reclamó a los periodistas: «¡Ya quédense con la fiesta!». La madre, Ana Elda García, llegó a soltar que «entiende más un animal que personas de la prensa».

Por la tarde, cuando Rubí reapareció, lo hizo menos tímida y algo más tranquila.

Aun así, no pudo evitar que alguna fan se saltara las medidas de seguridad y se hiciera una foto con ella, ante la desaprobación de los familiares.

Como toda quinceañera, disfrutó del llamado Vals de las 15 rosas y también se despidió de su ultimo juguete, una muñeca, mientras danzaba con su progenitor para escenificar la transición de niña a mujer.

Además de la suspensión de la carrera de caballos, la propia Rubí tuvo que hacer algunos cambios.

No bailó en una especie de carpa montada para la ocasión a pie de campo, sino que lo hizo encima de un escenario reservado para los familiares.

Interpretó junto a sus chambelanes varias coreografías y en el brindis despertó alguna risa cuando, al tomar un sorbo de su copa, hizo una mueca por el contacto del alcohol con la lengua.

Al fin y al cabo, y a pesar de tantos focos, Rubí es una niña. Eso sí, una niña convertida para muchos en un icono de las quinceañeras y del mundo rural mexicano, y para otros en una distracción de los verdaderos males del país.

Pero sobre todo, un ejemplo viviente de la capacidad de las redes sociales de desdibujar la línea que divide la esfera publica de la privada, y del poder, efímero y ambiguo, que acarrean.