El barrio se ha convertido en los últimos años en un enclave cosmopolita. | Fotos: Julián Aguirre / Archivo UH; Edición: Ana Largo

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En una de las cafeterías más chic de Santa Catalina, un hijo y su madre, procedentes de Israel, conversan con dos alemanes residentes en el barrio entre cafés, tes y alguna pasta. Uno de los teutones es diseñador de interiores y realizará la decoración de un restaurante que va a abrir la familia israelí en un hotel de Sóller. A su lado, Jakob, un alemán que trabaja como director de proyectos de informática, se toma un café. «No vivo en el barrio, pero aquí vengo a trabajar con mi ordenador. El lugar me inspira».

En el bar de enfrente, una pareja de jóvenes franceses conversa en la terraza aprovechando el sol de la mañana. Tampoco viven en el barrio, pero también les encanta el ambiente. Es, en definitiva, el barrio de moda del que todo el mundo habla y donde parece que la vida es hasta más feliz. De hecho, ya hace años que se habla de este enclave como el Soho palmesano. Una comparación que puede resultar un tanto exagerada, pero que esconde algo de realidad.

Hay que recordar que ambas zonas fueron focos de degradación en su día y que entre la ayuda pública y la iniciativa privada han renacido y su suelo se ha revalorizado exponencialmente. «Los propietarios de las viviendas están pidiendo unos precios de locura porque han visto que el vecino ha vendido su casa muy cara, pero no todas las viviendas son iguales», comenta Andree Mienkus, CEO de B Connected, la marca más emblemática de Santa Catalina y sin la que no se podría entender el cambio de la zona. La dueña (y esposa de Andree) es Christine Leja, una alemana natural de Stuttgart que vino a Mallorca desde Eivissa. «Primero estuve en el Casco Antiguo y hace 15 años trasladé mis oficinas a Santa Catalina porque vi las posibilidades de este lugar con calles más anchas y viviendas más soleadas». B Connected es una inmobiliaria, pero ella defiende que la marca es mucho más que eso. «Ofrecemos autenticidad y queremos que el barrio tenga un carácter propio». Tanto es así que asegura que ha cogido locales donde ha instalado algunas de sus tiendas (B Connected cuenta, aparte de la inmobiliaria y de la oficina de reformas y proyectos inmobiliarios), locales de ropa a la última e incluso una tienda donde venden chocolate. «Nuestro lema es hacemos lo que amamos y amamos lo que hacemos» y eso se nota en los proyectos», añade esta empresaria multidisciplinar.

Nuevos comercios

La estética y el diseño son dos de las improntas del ‘nuevo’ barrio. Abundan los comercios con artículos vintage, panaderías clásicas y modernas, comercios que ofrecen los accesorios más avanzados y, cómo no, una oferta gastronómica que abarca todos los continentes.

Un ejemplo de la importancia de la imagen se ve al comprobar cómo durante una sesión fotográfica para publicitar una planta baja reformada (93 metros cuadrados más 20 de terraza al precio de 690.000 euros) el fotógrafo coloca una bicicleta un tanto retro a la entrada. Este medio de locomoción indica un estilo de vida concreto, ecológico, urbanita, dentro de una vida sin prisas. Una especie de los bobos (burgueses bohemios) ingleses y franceses.

Durante los últimos años, los escandinavos en general y los suecos en particular, han sido quienes se han lanzado a comprar viviendas en la zona. «Son gente que buscan una segunda residencia y lo más cotizado son las terrazas y las vistas al mar», señala Lena Olsson, de la inmobiliaria sueca Reinderstad Investment. En su web se oferta, por ejemplo, un apartamento de 38 metros cuadrados por la friolera cantidad de 350 mil euros. A pesar de que la gran mayoría de las viviendas no pueden contar con ascensor ni garaje, eso no es obstáculo para que la demanda sea muy fuerte. «Como son segundas residencias, estos elementos no son tan importantes», señala Lena.

Impronta sueca

El tirón sueco es tan fuerte que incluso hay una tienda de productos ecológicos, muchos de ellos suecos, cuyos dueños no son precisamente escandinavos. Ella es argentina y él inglés. Otro punto que también ha ayudado a la zona fue la reforma que realizó Mikael Landström en el Tenis Mallorca.

La presidenta de la Asociación de Vecinos de Santa Catalina, Jacinta Galindo, cree que «en los últimos años el barrio ha ganado en todo». De la misma opinión es Catalina Binimelis, propietaria de la Mercería Nadal. «Los clientes mallorquines se mantienen y también vienen extranjeros», explica. Toni Gayà, que vive en un apartamento de alquiler, comenta: «Mientras lo pueda pagar, me quedaré, pero el precio es muy alto».

Christine, alemana que trabaja en los astilleros, como muchos de sus vecinos extranjeros, se compró un apartamento hace dos años. «No es que esté arrepentida, pero vivo aquí desde 18 años y antes el barrio era más familiar. En invierno aún está tranquilo, pero en verano hay demasiada gente. En lo que coinciden todas las personas que aparecen en este reportaje es en sus críticas al tardeo. «Cáncer», «lacra» y «desastre» fueron algunos de los términos utilizados.