En esa época, cuando comenzaba a haber los primeros coches en la Isla, a algunos artesanos del calzado se les ocurrió aprovechar los neumáticos inutilizados para la locomoción y reutilizarlos como suelas del calzado. Al principio, la estructura era de loneta, pero rápidamente se le añadió piel y cuero para que resultara más duradero el zapato.
Según explica Miquel Àngel Bennasar Caldentey en su trabajo de fin de Grado en Administración de Empresas El calzado en las Baleares 1850-1950, «era uno de los sectores industriales más dinámicos y uno de los más competitivos a nivel nacional. Esto provocaba que los zapateros fuesen uno de los sectores laborales mejor pagados».
Para que el lector tenga una idea de la evolución de los zapateros, a principios de los años 20, sólo en el municipio de Consell había 93 hombres (no había mujeres en el oficio) que se dedicaban a la fabricación de alpargatas. A día de hoy, en toda Baleares hay únicamente 46 artesanos de este sector.
La alpargata siguió siendo el rey del calzado mallorquín en esa época pero las porqueras fueron ganando terreno poco a poco. Hoy en día, apenas son cuatro los artesanos que continúan fabricando este típico zapato mallorquín.
Del Port a Sóller
Maruja y Paco Mira Zamora tenían un taller y una tienda en el Port de Sóller donde fabricaban y vendían sandalias, cinturones y bolsos de cuero. «Pero dejó de ser rentable y en 1989 abrimos este local, Ben Calçat, en la calle de la Luna», explica Paco.
En este comercio se siguen fabricando entre 20 y 25 cada dos o tres días y al año calculan que son unos 2.000 los pares vendidos. «Antes las suelas eran de neumáticos, pero ahora no se puede porque llevan unas telas de metal por dentro y hace que sea imposible que se pueda coser. Lo que se utiliza en su lugar son, por ejemplo, el material de las cintas transportadoras del aeropuerto», explica Paco, quien hace un par de años se seccionó los dedos meñique y anular de su mano izquierda con una máquina. «Fue un 8 de marzo. Lo recordaré toda mi vida porque es el día de mi cumpleaños», explica Maruja.
En el negocio les ayuda un sobrino Jaime Mora Mira, quien se hará cargo de él cuando se jubilen.
En cuanto a la clientela, Tomeu explica que tienen compradores tanto residentes como turistas. «Y compran muchas porqueras los jóvenes para la fiesta de Moros y Cristianos».
Del campo al taller
Tomeu Salleras no pensaba en dedicarse a este negocio, pero comenzó con 14 años y a sus 71 sigue en activo. «Recién acabado el colegio mi padre me dijo si quería entrar en el taller de calzado de Porreres con mi hermano Biel, que tiene 10 años más que yo. Le dije que de ninguna manera. Él me llevó al campo, pero duré un día y volví al taller. Y hasta hoy». A sus 71 años está medio jubilado. «Me gusta el oficio, tanto casi como tocar la guitarra».
Tomeu recuerda que en los años 90 «vendía miles de pares en la Fira de l'Artesania que se montaba en Palma y por el Dia de Balears. Hoy nos compran muchas porqueras las cofradías de Semana Santa De hecho, en el taller cuenta con dos de estos instrumentos, además algún otro de percusión. Cuando decida jubilarse por completo, el negocio desaparecerá. «Tengo dos hijos, pero se dedican a otros trabajos».
Forzado por la crisis
Mateu Palou, de Selva, tenía hasta hace unos 10 años un taller de fabricación de chaquetas y calzado de piel. «La crisis me pegó fuerte y me tuve que reciclar». Palou asegura que sus diseños son únicos. «Hago unas porqueras tres pasos por delante de las demás. Combino loneta y piel y en invierno saco una línea de todo piel y también hay otros modelos en charol. Mis principales clientes son visitantes del Mercat de Sineu todos los miércoles, porque es ahí donde vendo más, y también en las ferias». Su mujer diseña una línea de ropa mallorquina.
Mateu realiza los diseños y los acabados son obra de Antoni Reynés en su taller de Sa Pobla. Precisamente este artesano nacido en Campanet es el último protagonista del reportaje. Antoni es todo un personaje. Tras presentarse al periodista, empieza a hablar de los orígenes de este calzado, que él sitúa en Caimari. En 1968, tras acabar la escuela, Antoni trabajó 15 años en una fábrica de zapatos. «Después, un vecino confeccionaba alpargatas y estuve con él desde 1975.«En la actualidad trabajo con Guillermo, un chico colombiano, y dos mujeres que hacen los cortes y cosen en casa», explica en su atiborrado almacén a la entrada de Sa Pobla. «Este negocio cayó mucho, pero desde hace unos cinco años ha repuntado por la utilización de diversas telas y colores que han actualizado este calzado».
Antoni Reynés es un fijo del mercado de los domingos en Pollença. «Hay que estar donde va la gente que tiene dinero, sobre todo los turistas». También vende sus creaciones en tiendas de Palma, Andratx y Sóller. «Este trabajo da para vivir, pero no sobra nada. Y además te las ves negro para cobrar. Antes se compraban las pieles a 60 días. Hoy, o al contado o no te las venden. Y claro si no cobras, es más complicado pagar», argumenta
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