John Christopher, a bordo del ‘Albatros’, en el que vive desde hace 10 años. | Jaume Morey

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Podría parecer que si para una persona o una familia que viven en un piso estándar el confinamiento está siendo muy dificultoso, peor lo deben estar pasando quienes están afrontando el estado de alarma de duración incierta en una embarcación de apenas once metros de eslora y poco más de tres de manga. Pero este no es el caso de los inquilinos del Club de Mar John Christopher, natural de Alemania, ni del noruego Lars Olav Myhrvold.

El primero vive en un velero de hierro, el Albatros, que es imposible gobernar en solitario, y el segundo en un motovelero de fibra de vidrio apodado Verity, mucho más manejable, aunque en ambos casos están en ‘dique seco’ desde el pasado 14 de marzo, cuando comenzó el confinamiento.

John Christopher ha trabajado toda su vida en el mundo audiovisual como cámara. «Soy especialista en cámaras de control remoto y, sobre todo, me he dedicado a las retransmisiones deportivas». En 1993 vino a Mallorca por primera vez porque el clima de la Isla era mucho más beneficioso para el asma que sufría su hija. «Primero me compré un llaüt, el mejor barco que he tenido, pero vivía en Esporles. Hace 10 años, un amigo, propietario del Albatros, enfermó gravemente y antes de fallecer me vendió el barco. Desde entonces vivo en él. El confinamiento no me ha supuesto un grave contratiempo porque mi vida no ha cambiado mucho. Lo mejor es la tranquilidad y la sensación de libertad. Además, en un barco como este el aburrimiento no existe porque siempre estás ocupado con algo, sobre todo cada día batallo contra el óxido. En los ratos libres leo o hablo por skype».

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Lars Myhrvold es todo un lobo de mar. «Tengo el título para llevar barcos como el Queen Elizabeth II, pero durante mi vida profesional estuve trabajando sobre todo en plataformas petrolíferas por todo el mundo: India, Pakistán Singapur...» Lars, a sus 61 años, está ahora felizmente jubilado. «Nunca me casé. ¿Si tengo hijos? No lo sé, soy un marino», responde pícaramente.

«Tengo un piso que me compré hace 10 años cerca del Hotel Valpaíso. Hace dos años, cuando los alquileres subieron tanto, me decidí a alquilarlo y venir a vivir al barco. Mi piso tiene 300 metros cuadrados, pero aquí soy mucho más feliz», asegura. Lars destaca la tranquilidad que reina en el puerto. «No hay los oleajes típicos de cuando un gran yate sale o entra del puerto y todo está mucho más silencioso, aunque la situación es ciertamente muy triste con tantos fallecidos».

Parece ser que el próximo 25 de mayo será el primer día en el que las embarcaciones puedan salir a navegar y el plan de este ‘lobo de mar’ noruego es claro: «Me iré a la Colònia de Sant Jordi, uno de los enclaves que más me gustan de la Isla. Llegaré a puerto, daré un paseo y me sentaré en la terraza de uno de los muchos restaurantes buenos que hay y disfrutaré de la comida y de las vistas».

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