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Hace seis años que falleció el joven David Grimaldos González. «Murió en Bunyola, en una de sus verbenas. Y murió al saltar una valla, pegada a una farola, con el fin de encontrar un lugar discreto donde desahogarse, pues repentinamente le habían entrado ganas de orinar –nos cuenta su madre–. Para saltar, tuvo que agarrarse a la barra y apoyarse en la farola, que no tenía toma de tierra, por lo cual, al contactar con las dos se electrocutó, quedando pegado a ésta. Su amigo, que le había acompañado hasta ese lugar –y que antes de que saltara le dijo: «mea aquí, que no pasa nada»–, como pudo, de un tirón, logró despegarle, cayendo su cuerpo al suelo. El amigo dio la alarma y al poco llegó Emergencias, que intentó reanimarle, pero, pese a sus esfuerzos, no lo consiguió. Cuando llegamos, estaba sobre el suelo, cubierto».

Muy querido

Como decimos, todo esto nos lo cuenta Margarita González, madre de David, sentados en la terraza del bar de su propiedad, El rincón de David, sito en la plaza San Francisco Javier, de Palma. Es un establecimiento muy conocido en la zona, ya que tanto el chico –él era quien lo abría por las mañana– como su familia, son muy queridos. Consta de terraza y de local, en una de cuyas paredes cuelgan las camisetas de los equipos de fútbol con los que jugó, Soledad y Pilares, además de la del At. Baleares, del que era socio e hincha, firmada por los jugadores de aquel año. Y junto a ellas, en la pared, pueden leerse numerosos comentarios que sus amigos y familiares escribieron sobre él. Y es que David era muy querido, como hemos dicho. «Tenía mucho carácter, pero era muy buen chaval. Le conocía toda la barriada –dice su madre, con quien nos hemos sentado en la terraza–. El estaba en el bar durante la mañana y yo le relevaba por la tarde, cuando llegaba de trabajar en el hotel. Aquel día le dije que no fuera a la verbena, ya que al día siguiente bautizábamos a mi nieto y él era el padrino. Pero me dijo que estuviera tranquila, que al día siguiente estaría en el bautizo. Además, para ir a la verbena ya había quedado con tres amigos y el padre de uno de ellos, que sería quien los llevaría y traería».

David había estudiado en AMADIP, «ya que durante el embarazo –nos explica Margarita, junto a la cual se ha sentado su otro hijo, Agustín, quien lleva tatuada la cara de David en su muslo izquierdo– tuve una toxoplasmosis, lo que hizo que el crío tuviera un 33 por ciento de retraso escolar. Pero no le influyó en nada más, pues era normal y como tal se comportaba, ya que de no haber sido así, no se hubiera ocupado del bar. En AMADIP –recuerda la madre– estudió cocina y jardinería, porque, ya digo, era un chico muy vivo, solo con un pequeño retraso escolar que superó a base de esforzarse».

Seis años sin el joven David Grimaldos

No quiere hablar del juicio

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Aquella fatídica madrugada, uno de los amigos que había ido con él a Bunyola llamó a su madre, le dijo lo que había pasado y esta fue a ver a Margarita, contándoselo. «Mi marido y yo cogimos el coche y nos fuimos a Bunyola. Al llegar a la estación, estaba el paso cortado, por lo que tuvimos que ir hasta el lugar a pie… Bueno, no –rectifica–, tras un largo tramo caminando, encontramos un coche que nos llevó hasta donde estaba mi hijo, ya muerto… No quise verlo en esas condiciones. A voces, pedí hablar con el alcalde… Pero no le vi. Luego, alguien me contó que el alcalde estaba allí, entre la gente, pero se escondió detrás de un coche. El día que enterramos a David, nos mandó una corona de flores, que rechazamos, pisoteándola todos los que estábamos en el cementerio. Más tarde, dijo que me había enviado el pésame a través de un WhatsApp, lo cual es mentira, pues yo, aquel año, no sabía lo que era un WhatsApp». Cuenta que le ofrecieron una cantidad de dinero, «que yo rechacé, así que fuimos a juicio, del que el alcalde salió absuelto y el electricista con una condena de menos de dos años pero, como no tenía antecedentes, no le pasó nada».

Del juicio no quiere hablar, «pasaron cosas extrañas… ¡Qué sé yo…! Según contó el electricista, informó al alcalde de que las farolas de aquella zona estaban mal, mientras que el alcalde dijo que no había recibido ningún informe… Pero mejor ya no hablar más de eso. Porque tampoco vamos a devolver la vida a mi hijo si lo hacemos, pero… ¡Ojalá que hubiera orinado en la misma carretera! Hoy seguiría vivo –la mujer enciende un pitillo, se la ve muy serena y relajada… –. Lo importante es que su recuerdo sigue en todos nosotros y que nunca le vamos a olvidar».

En su memoria

Dos años después del juicio, la familia recibió una indemnización: «110.000 euros que nos pagó el seguro, más otros 20.000 el Ayuntamiento. 130.000 euros en total. ¿Que qué hicimos con el dinero…? Hacer realidad uno de los sueños de David. Sí. Él siempre había dicho que si algún día lograba ganar dinero, lo invertiría en una casita con un terreno para que la disfrutáramos nosotros. Y es lo que hicimos. En su recuerdo, compramos esa casita».

En su recuerdo, cada año, en el día del aniversario de su muerte, cierran el bar y hacen algo en su honor. «Este año hemos hecho mascarillas con su nombre».