Bàrbara Martí defiende el regreso a los orígenes, a la comida natural. | Esteban Mercer

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Bàrbara Martí i Martí y su marido, el holandés Martin Lucas, por fin han podido inaugurar su proyecto Ecocirer de Sóller. Una ilusión hecha realidad incluso en estos tiempos convulsos e inseguros sobre el que han puesto su experiencia vital al servicio de los demás y en el que también se ha querido involucrar de manera activa su madre, la artista Francesca Martí, que con su trabajo forma parte de esta experiencia única desarrollada por la pareja en un pequeño hotel de pueblo convertido en lugar donde vivir experiencias saludables más allá de las paredes que lo cobijan.

¿Qué es Ecocirer?
– Es un proyecto saludable, que se vuelve a inaugurar tras el cierre obligado por la COVID. Un concepto que nace de nuestro hotel boutique, donde todo es sostenible, ecológico, donde cada detalle está muy bien pensado y tiene una razón de ser que induce al bienestar. La comida que servimos es vegana y vegetariana, básicamente natural, sin aditivos ni azúcares, combinado con experiencias fuera del hotel, experiencias únicas que se viven en una finca del siglo XV donde hay plantados más de cuatro mil árboles cítricos, olivos milenarios y demás árboles frutales. Una maravilla a la que se une el paisaje de la Serra de Tramuntana.

¿En qué consiste la experiencia para que resulte tan novedosa?
– Hay que vivirla para descubrirla en su esencia. Organizamos actividades encaminadas a mejorar la salud de nuestros clientes. Para ello les damos cursos de cocina, vamos al huerto, a recoger almendras, hacemos nuestra propia harina, con ella hacemos un pastel, una pizza cocinada al horno de leña tradicional y elaborada con productos de la finca que no tiene nada que ver con la que la gente come habitualmente, un desayuno mediterráneo en el que nuestro aceite de oliva es protagonista absoluto. También hacemos nuestra miel y té con hoja de olivo, que está buenísimo. Es muy saludable la hoja de olivera e incluso con ellas ya se hace ‘matcha' para repostería.

¿Qué os ha traído hasta aquí?
– Cuando vivíamos en Holanda, mi marido trabajaba como ingeniero en una empresa mecánica muy grande y estaba metido allí muchas horas. Yo por mi parte trabajaba como terapeuta en centros penitenciarios en Holanda y ambos necesitábamos un cambio drástico. Yo llevaba cargando con una mochila de negatividad que no me dejaba avanzar en la vida. Con mis dos embarazos es cuando de verdad fui consciente de la importancia de llevar una vida saludable, de alimentarse bien. Empecé a cocinar y ver que lo que estaba haciendo me hacía mucho más feliz que mi trabajo con presos, que es bonito pero difícil de gestionar. Le dije a mi marido, vámonos a Mallorca a crear algo sano que nos satisfaga a los dos, algo que nos permita compartir nuestro estilo de vida. Empezamos con solo dos habitaciones para huéspedes.

Menudo cambio…
– Radical, sí. Justo antes del cierre por la pandemia inauguramos el hotel, y en vez de venirnos abajo nos ha ayudado para completar más el concepto inicial. Ya estamos con libros de recetas saludables, clases de cocina, todo ha ido convergiendo y ese cambio hacia lo natural se ha convertido en una necesidad urgente para todos.

¿Por qué lo dice?
– Porque todos debemos dar ese cambio, no hay tiempo que perder. No tiene por qué ser tan radical como el nuestro, hay que disfrutar, por supuesto, de lo que a cada uno le gusta, pero hay que encontrar el equilibrio, volver a los orígenes, a apreciar los productos de la tierra y a darnos cuenta de que con comidas muy simples y naturales se puede disfrutar muchísimo. El ‘menos es más' es la clave. Nuestras abuelas lo hacían, nosotros debemos seguir su ejemplo. En una sola generación hemos cambiado tanto que no somos conscientes del mal que estamos haciendo no solo al planeta, sobre todo dañamos nuestro cuerpo abusando de productos procesados y excesivamente azucarados.

La gente parece que poco a poco va tomando conciencia...
– Realmente el ejercicio de cultivar tus alimentos, cuidarlos, ir a recogerlos y cocinarlos es una meditación muy profunda. Lo mismo que ir al mercado con conciencia de que vamos a comprar nuestro alimento, lo que nos da la vida.

Esta época que nos ha tocado vivir nos está enseñando muchas cosas…
– Sobre todo a que mucho nos sobraba y no éramos conscientes. Vamos acumulando cosas y nos hemos dado cuenta de ello a raíz de la señal que estamos recibiendo en todo el mundo con la pandemia. Tiene que haber un cambio para que el mundo pueda funcionar. Históricamente siempre ha habido parones y nuevos comienzos que permiten avanzar. Estamos en un parón pero vendrá el comienzo de algo que conscientemente podemos hacer mejor. Y hay que hacerlo, no queda otra. Hay que volver a los orígenes.

¿Cómo es la experiencia que ofrece Ecocirer?
– La gente viene a desconectar y a reconectar. Es una escapada fugaz, no un retiro, es corta pero intensa, muy natural, tanto que se lo llevarán a casa. Se hospedan en el hotel, después subimos hasta la finca caminando y sin hablar para poder meditar. Cada día hay diferentes actividades, siempre en contacto con la naturaleza, ya sea hacer coronas de navidad con materiales de la finca, más los cursos de cocina, clases de yoga y meditación, fitness intensivo para los que quieran, clases de fotografía con estilismo... También estamos introduciendo en fines de semana tratamientos de belleza en un spa de Sóller, complementados con la alimentación.

Su madre, la artista Francesca Martí, también participa en la experiencia.
– Si, en su estudio se harán clases de arte, cursos de pintura o un almuerzo dentro del estudio, que es algo muy enriquecedor. Estamos muy ilusionados, y eso que ahora solo estamos con grupos de seis, por lo de la pandemia. Lo estamos disfrutando tanto que ojalá muchos mallorquines se contagien conociendo esta nueva realidad.