Muchas zonas en las que repartir
A veces sale solo, con su moto, en la que, entre un pequeño baúl que coloca en la parte de atrás del asiento, y unas cuantas bolsas que coloca como puede, lleva la comida que ha de repartir. A veces le acompaña su mujer, Sonia Lozano, vicepresidenta de la ONG y cocinera –ella condimenta parte de la comida que reparten–. En este caso hacen el reparto en coche. «Solemos salir poco antes de la media noche y regresamos a casa pasadas las tres de la madrugada. Naturalmente, como las zonas a repartir son muchas, –Plaça d'Espanya, y alrededores, General Riera, s'Escorxador, Molinar, Establiments, Coll, etc.–, unas noches vamos a unas y otras, a las restantes». La otra noche anduvieron por el centro, viviendo la historia de cada noche.
La mayoría de personas a las que entregan la comida y el agua, son indigentes de largo recorrido, los denominados carrilanos, para quienes la calle es un elemento más en sus vidas, aunque los hay también alcohólicos, algún que otro enfermo mental, adictos a determinadas sustancias, personas que de pronto se han encontrado sin nada, en la calle… Y desde luego, todos duermen ahí fuera, donde pueden. Y son más los hombres que las mujeres. ¿Niños? No, ninguno. O bueno, sí, pero los ves solo en los poblados de chabolas…».
Lleva una autorización
A lo largo de las horas del reparto, en las calles que recorren, solo se cruzan con ambulancias, policías, taxis, voluntarios de Cruz Roja y de otras ONG. «Y desde el toque de queda, el silencio y la soledad es de lo más absoluta. Nosotros llevamos una autorización que nos ha dado el Govern para que se nos permita la circulación, que hemos tenido que enseñar alguna que otra noche, pues con el chaleco reflectante y el nombre de la ONG a la vista, no es suficiente».
En la Plaça d'Espanya y Parc de ses Estacions pernocta bastante gente, «los últimos han sido los que duermen en los portales de un bar, frente a la parada de taxis. Son un alemán, un español y un marroquí, personas que seguramente lo han perdido todo». También duermen bastantes en la zona del Mercat de l'Olivar.
La otra noche encontraron a un hombre de edad indefinida que andaba un poco bebido, por tanto, perdido, buscando el camino para regresar a donde pernocta. «Tratando de ayudarle, llamamos al 112 y a poco llegó la policía nacional, que nos preguntó si estábamos autorizados para estar en la calle, les mostramos el permiso del Govern, y se hicieron cargo de él, siguiendo nosotros nuestra ruta».
En otro alto que hicieron, se encontraron con un joven que había sido repartidor de comida a domicilio, y que solo pedía un bocadillo, unos zapatos y una manta… Por lo que pudimos deducir, a la largo del recorrido que hacen se encuentran con gente de distinto perfil, pero con un denominador común: la calle es su casa. Que no tienen más que la calle, o cualquier rincón que encuentran.
«He sido uno de ellos»
Casi todas las noches que salen, regresan a casa, como hemos dicho, a las tres de la madrugada, y Miguel Sánchez, al día siguiente, ha de ir a trabajar. ¿Qué fuerza le mueve repartir comida entre los sin techo…? ¿Qué gana con ello…? Porque una noche, vale. Pero es que son tres noches a la semana, semana tras semana, con la luna en el cielo, lloviendo, tronando, con frío y calor…
«Yo lo hago para ayudar a la gente, no por otra cosa. Quiero decir que con ello no quiero ganar nada, ni ponerme una medalla. Lo hago porque sé lo que están pasando, lo que están padeciendo… Y lo sé porque yo fui uno de ellos y sufrí en mis carnes lo que ellos están sufriendo. Y lo que les pasa es muy duro. Y encima, la soledad en la que viven… Yo, siendo joven, con menos de 18 años, les dije a mis padres que me iba de casa. Y sin más, lo hice. En contra de su voluntad. Pero es que yo me iba a comer el mundo… Pero me equivoqué de camino, y fue el mundo el que casi me comió a mí. Sin dinero y sin nada, me quedé viviendo en la calle, buscándome la vida como pude… Incluso viví en un centro de acogida, cerca del Patronato Obrero. Y lo pasé tan mal, que me dije que si algún día salía de esta, les ayudaría a ellos. Tuve la suerte, y salí, y encima se cruzó en mi camino la que sería mi mujer. Y como ella me entiende, hay noches que sale conmigo».
Aparte de la satisfacción de realizar lo que prometió, Miguel no recibe ni un céntimo por lo que hace. «Esto, si se hace, es porque le sale a uno de dentro –dice–. La única ayuda que tengo es la comida que me regalan para que yo se la de a esta gente».
Ni que decir tiene que ha salido a lo largo de esta semana, y lo seguirá haciendo la próxima. Y es que en Navidad hay que estar también ahí.
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