Susie Lindberg, en uno de los bellos rincones de Son Galcerán. | Brandon Jara

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El mundo de la moda española cayó rendido a sus pies en cuanto Susie Lindberg, nacida en Helsinki como miembro de una destacada familia, aterrizó en la Barcelona de la mítica Gauche Divine. Por casualidad se convirtió en modelo, una de las más famosas de los setenta, con su marido francés inauguró la primera tienda de Yves Saint Laurent en España, se enamoró de Marbella, donde tiene casa, y conoció y vivió la época dorada de la sociedad española, cuando ser educado y divertido contaba más que la cuenta corriente que uno tuviera en el banco.

Madre de tres hijos, su vinculación a la moda ha continuado hasta hoy con la importación y venta de complementos de artesanía de lujo de la India que vende a las mujeres más importantes del mundo.

Todos los años pasa unos días de vacaciones en Mallorca invitada por sus amigos Manolo March y Brando Jara en su casa de Son Galcerán, donde nos recibe impecablemente vestida y peinada por Denis Juguet, su peluquero de Madrid.

Usted es un referente en las listas de las más elegantes de España…

–Espero seguir siéndolo, a pesar de que el concepto de elegancia ha cambiado en los últimos años y no me identifico mucho con algunas de las que salen en las listas. Aterricé en Barcelona en 1965 para estudiar español, después de estudiar interna en Suiza, en donde el lujo era de verdad. En esa época Barcelona era un sueño, todo el mundo se conocía, era una ciudad pequeña y abierta en la que cada día nos reuníamos en la coctelería Sandor, para el aperitivo y también para una copa antes de la cena. Había una señora en los baños a la que dejábamos los mensajes para nuestros amigos, era nuestro buzón de voz, la recuerdo con mucha ternura.

¿Por qué su familia eligió España para que usted se educara?

–A pesar de lo que se cuenta, la España de entonces era muy ‘comme il faut'. Los españoles eran nobles y educados, al revés de los italianos, que eran más ‘peligrosos'. Italia era otra opción. Por casualidad me convertí en modelo y fue porque la Universidad estaba continuamente cerrada por las huelgas estudiantiles. Nació la Gauche Divine llena de caras conocidas, una amiga me llevó a una agencia. El primer trabajo que hice fue para publicitar el coñac Fundador. El eslogan que decía era ‘Fundador, estás como nunca', estoy segura de que mis contemporáneos lo recordarán. Triunfé también con Fino La Ina, vestida de corto, como un torero.

El sur ha tirado siempre de usted, físicamente tan nórdica…

–Sí, absolutamente. Andalucía es un lugar aparte, por suerte compré una casa en Marbella, hace casi 50 años, lo que me permitió vivir la época dorada de ese lugar único. El príncipe Alfonso de Hohenlohe era un ser maravilloso, era galante, poco pretencioso, generalista. Lo veía todo claro, al igual que su hermana Pimpinela, que era elocuente, divertida. Ahora paso los veranos en Marbella, vivo en Madrid, que es una ciudad increíble, y viajo todos los años a Mallorca invitada por Manolo y Brandon, que son unos amigos del alma.

Su vida ha sido y es maravillosa…

–Es cierto, he tenido una gran suerte y estoy agradecida. Viví trece años en Marruecos en unos años en los que la pobreza estaba muy presente en nuestro día a día. No había visto el hambre de cerca y en Marruecos lo vi por primera vez. España no es un país clasista ni racista, no como lo son otros países europeos. Me casé con un francés nacido en Marruecos, vivíamos en Casablanca, pero pasábamos todos los fines de semana en el hotel Mamounia de Marrakech, que era un sueño, un cuento de las mil y una noches. Mis hijos corrían en bicicleta por sus pasillos y no pasaba nada. Era un paraíso. ¡Nos poníamos aceite con limón para ponernos morenos, qué locura!.Después conocí India, y me enamoré.

¿Qué le atrae tanto de ese país?

–En Suiza conocí a dos princesas maravillosas, hijas de Nawab de Pataudi, que me invitaron a sus bodas, pero no fui. Qué locura. Tiempo después fui invitada por una amiga íntima que me abrió las puertas de una India mágica, de gente culta e interesante, refinada, y a mi es difícil engañarme pues vivo rodeada de los hombres y mujeres con mejor gusto de este país y del mundo. Entre ellos Manolo March o Pascua Ortega. Por cierto es importante que lo diga, traigo pashminas indias auténticas pero no Shahtoosh, que están prohibidos de vender desde hace 20 años y muchos los venden como si lo fueran y pagan burradas por algo que no lo vale. Mi ojo está educado para que no le engañen, la pashmina es un cachemira muy fino también, pero no el pelo más fino de la cabra, que a las pobres las dejaron en vías de extinción. Cuando veo una, sin tocarla ya sé si es buena o no.

Las he vendido por el mundo entero. En Londres me compró una hace veinte años Corinna Larsen. Entonces era mona, nada que ver con lo que se ha convertido ahora, que es un horror. Nos ha fastidiado a todos esta mujer.

¿Qué cree que hace especiales a hombres como Manolo March o Pascua Ortega?

–Creo que han nacido con un sentido de la exquisitez que se tiene o no se tiene. Ellos lo llevan en la sangre. Manolo siempre ha tenido las casas más bonitas del mundo, cuando le conocí vivía en la calle Miguel Angel de Madrid. El caso es que en su casa, cuando estabas invitada a pasar la noche, te ibas a dormir y a la mañana siguiente te encontrabas la casa completamente cambiada. Era pura magia. A Pascua le conocí en Barcelona, nada más llegar ya nos hicimos íntimos. Ambos son genios, creadores de espacios únicos y siempre elegantes. Conocí a Yves Saint Laurent y a Pierre Bergé, Loulou de la Falaise en el Marrakech de 1978 y era algo parecido lo que se sentía estando con ellos. La genialidad viene de cuna, pero no se hereda.

Ahora ha tenido la suerte de pasar las fiestas en Son Galcerán, la casa de Manolo…

–Sí, es una suerte enorme. Desde hace 25 años nunca hemos estado separados en fin de año. Siempre juntos, es una amistad preciosa. Este año, con el ‘virus satánico', me daba pánico no poder venir a Son Galcerán, que es lo que más me gusta del mundo, la puesta de sol es preciosa, nunca es igual, es un regalo de Dios. Ya conocía la casa en época de Juan March Cencillo, el hermano de Manolo, y he de decir que siempre ha sido uno de los lugares más mágicos en el mundo entero. Mallorca es mágica.

¿Mallorca en Navidad también es bonita?

–Es bonita todo el año, especialmente ahora, junto al fuego crepitante de la chimenea y en buena compañía.