Elisabet Cifre, máxima exponente de las beguinas en la Isla. | Redacción Cultura

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En la Edad Media hubo un grupo de mujeres que escapó de las costuras del sistema para vivir una vida sin barreras. Laicas, independientes, autosuficientes, no tenían reglas establecidas y fomentaron la educación, la razón por encima de la fe y el cuidado de los desamparados. Las beguinas fueron unas adelantadas a su época. Surgieron en un momento de sobrepoblación femenina, cuando las guerras habían acabado con gran parte de los hombres luchando y los conventos estaban ligados al matrimonio o la clausura. Aunque el movimiento surgió inicialmente en Países Bajos a finales del siglo XII y principios del siglo XIII, en el contexto de las cruzadas, también llegaron a Mallorca y dejaron huella en labores intelectuales y educativas.

Las beguinas fueron un movimiento alternativo, que se salía de lo común para la época, no tenían necesidad de romper con su familia ni abandonar la vivienda donde residían, por lo que sus familias no tenían que pagar dote alguna, cosa que sí tenían que hacer las de aquellas que ingresaban en un convento. Esto hizo que mujeres de toda condición se sintiesen atraídas por este movimiento, que no entendía ni de clases ni dinero. Entre su legado ha quedado la fundación de grandes escuelas y la creación de hospitales y comedores benéficos. Aunque, hoy en día, su nombre todavía es motivo de discusión, algunos historiadores lo atribuyen a Lambert de Bègue, un sacerdote de Lieja que buscó la reforma de la Iglesia en su ciudad.

Aunque de forma tardía, la beguinas llegaron a Mallorca cuando empezó a perseguirse el movimiento en la Península y en Europa, debido a la presión de la Iglesia para institucionalizar las formas autónomas de religiosidad femenina. A pesar de que el beguinaje empieza a partir de una fuerte persecución de la mano del obispo Juan XXII hasta el papa Urbano V, las beguinas de la Isla irrumpieron con fuerza en la sociedad y en la realeza de la dinastía privativa de la época, de donde recibieron apoyo para seguir con su labor. Además, la comunidad de mujeres estuvo fuertemente ligada al movimiento de la orden franciscana y su seguimiento de la pobreza evangélica, mezclándose finalmente en el siglo XV con el lulismo, las corrientes filosóficas y teológicas relacionadas con la filosofía de Ramon Llull. La principal comunidad de beguinas de Mallorca fue la de Terça Regla o tercecolas, que tenían como patrona a Santa Isabel, hija del rey Andrés II de Hungría. En 1472 empezó el declive de la comunidad y fueron trasladadas a la calle Sant Miquel de Palma. Finalmente, fueron sustituidas en el edificio por monjas jerónimas y, a partir de esa fecha, se podían encontrar beguinas por toda Isla, pero ya no vivían en comunidad.

Patio del colegio de la Crianza en Palma.

Elisabet Cifre fue la mayor exponente del colectivo en la Isla, nació en Palma en 1467 y fue enterrada en la Catedral de Mallorca en 1542. Aunque existen muy pocos datos que permiten acercarse a la realidad de las mujeres mallorquinas beguinas, Gabriel Mora, confesor y biógrafo de Cifre describe en forma de diálogo en manuscritos el misticismo, las inquietudes y preocupaciones de aquella mujer. También lo hace a través de su obra, un conjunto de descripciones que definen a la beguina como una mujer «humilde, caritativa, paciente y contemplativa que dedicaba casi todo su tiempo a los ayunos y oraciones» y que, hoy en día, se conservan en la biblioteca de Can Vivot. Allí también se relatan también las visiones, profecías, curaciones y milagros que llenan su trayectoria vital y espiritual. Por otra parte, se conserva una biografía de Cifre escrita por el cronista del Regne Mallorca Vicenç Mut en 1655 con la intención de acelerar y promover su beatificación y en el Ajuntament de Palma a día de hoy sigue expuesto un retrato suyo.

Cifre era descendiente de una familia de Pollença, desde muy pequeña se interesó por la formación religiosa y el conocimiento, lo que motivó a sus padres a contratar a un maestro que le enseñara a leer y latín. Su gran inteligencia y conocimientos hizo que las monjas jerónimas desearan su ingreso en su orden. La beguina estuvo muy bien considerada entre la sociedad mallorquina de su tiempo por ser un ejemplo de sencillez, buenas costumbres y honestidad, por lo que fue elegida para dirigir el colegio de la Crianza, situado en la calle Montesión de Palma, un internado dedicado a la formación moral y humana de las hijas de la nobleza y de las familias destacadas de la ciudad. Es por este motivo que la defensa de la educación femenina se convirtió en la piedra angular de su discurso. Entonces, los beguinarios se convierten en espacios que dotaban a las mujeres de ese conocimiento intelectual que requerían gracias a la oportunidad de leer, la vida en común con otras mujeres interesadas en la espiritualidad y el derecho de estar solas. Las mujeres que formaban estos espacios podían tener motivaciones distinta y romper con los roles que la sociedad del momento les imponía. Así pues, tanto estos espacios de religiosidad reglada como los beguinajes, se convirtieron en importantes centros de cultura femenina donde el acceso a la escritura fue de vital importancia para la creación de obras que se todavía se conservan hoy en día.