La rosa damascena es un símbolo de Bulgaria, uno de los mayores países productores del aceite esencial de rosa, utilizado en toda clase de perfumes y cosméticos. De ella toma el nombre el grupo de danza folclórica búlgara Rosa de Bulgaria, compuesto por una veintena de bailarines de todas las edades, que recientemente ha cumplido una década de historia. «El objetivo del grupo es conservar, desarrollar y popularizar la cultura y música, los bailes y cantos búlgaros para la integración de los inmigrantes en la comunidad isleña», afirma el entrenador Tsyvatko Krastev, integrante de la agrupación desde su fundación en 2011, cuando bailaban a la entrada de la iglesia ortodoxa serbia de Palma bajo el mando del coreógrafo Rosen Antonov.
En la actualidad, el grupo ensaya en el Casal de Barri de Nou Llevant; allí practican los más de cincuenta bailes que componen su repertorio. «Los horos son danzas tribales, muy antiguas, y se solían bailar alrededor del fuego. La mayoría de bailes son en línea y cogidos de las manos, los hombros o la cintura, para unir la energía del grupo. A diferencia de la música occidental, la balcánica se caracteriza por sus compases asimétricos, que combinan ritmos rápidos y lentos», señala Tsyvatko Krastev.
Además de ser un gran ejercicio físico, con el que se mejora el sistema cardiovascular, «puedes llegar a 130 pulsaciones por minuto», de ritmo y de coordinación, el baile es una forma de vencer la añoranza de la tierra natal. «Si antes de llegar a la Isla alguien me hubiese dicho que bailaría, me hubiera reído mucho. No sabes que llevas la danza en el corazón hasta que lo descubres», dice Tsyvatko, que invita a entrenar a quienes sientan curiosidad.
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