Cada vez cuesta más llenar la cesta de la compra, y muchos productos básicos han registrado un gran encarecimiento en las últimas semanas. Imagen captada en uno de los mercados municipales de Palma. | Jaume Morey

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Ante un escenario económico de fuertes subidas en los precios y salarios congelados o con subidas mínimas, más allá del tirón planteado por el Gobierno con el incremento del salario mínimo interprofesional (SMI), solo existe una situación resultante posible: la pérdida de poder adquisitivo. El empobrecimiento puro y duro. Sabemos que la inflación vacía los bolsillos y carteras de los consumidores a un ritmo endiablado, y es de perogrullo concluir que este paulatina sangría monetaria afecta en mayor medida a aquellos que menos recursos tienen.

Lo que ocurre es que en la actual coyuntura parece que los hogares con menos ingresos pierden ese poder adquisitivo de forma más rápida y acelerada. Cuál es la razón. La norteamericana Institución Brookings publicó recientemente un trabajo que hacía hincapié en un fenómeno que suele ocurrir en las economías avanzadas, como la española, en una situación inflacionista similar a la que vivimos. En este contexto los hogares de bajos y medianos ingresos tienden a depender en mayor medida de los salarios y los pagos a través de transferencias que los hogares más ricos. Por su propia idiosincrasia la inflación de los precios a menudo supera el crecimiento de los salarios y transferencias, mientras que es más probable que los ingresos del trabajo por cuenta propia y los ingresos por inversión se acompasen mejor al ritmo que marca la inflación. Además, la tendencia a la baja en los tipos de interés revierte en una mayor rentabilidad de esa inversión, comparándola con tiempos precedentes. Muchas veces las familias con menos recursos tienen acceso a productos financieros con una muy escasa rentabilidad, al contrario que aquellas con un nivel socioeconómico más elevado. Por lo tanto, según concluye el think tank estadounidense, la inflación puede reducir los ingresos de los hogares más pobres en relación con los de los más ricos de modo similar a como se produce en las economías emergentes y en desarrollo.

Otro apartado que apuntala esta tesis es cómo se están encareciendo los productos de primera necesidad que tenemos a nuestro alcance. Se dice que los precios de los alimentos y los combustibles se han disparado a partir de la invasión rusa en Ucrania, y así es; sin embargo, no todos los productos han experimentado el mismo encarecimiento. Precisamente los productos que mayor diferencia de precio al alza han acumulado en estas semanas son artículos muy básicos, que se encuentran en todas las cocinas y despensas españolas, como el pan, los huevos o el pollo.

En lo alto del listado destaca el encarecimiento del aceite de girasol, que casi ha doblado su valor en los últimos meses, seguido del aceite de oliva (36,5 %), la pasta (27,9 %), harinas y cereales (25,5 %). Los alimentos de bebé sobrepasan el 15,5 % y la energía alcanza el treinta. Una vez eliminados los alimentos frescos y la energía de la cesta de la compra, la inflación subyacente creció cinco décimas en mayo, hasta el 4,9 %, la tasa más elevada desde octubre de 1995, según ha reportado recientemente el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Todo ello fija la fotografía en un momento con los precios disparados, y si los salarios no aumentan, se ve perjudicado el poder adquisitivo de los más vulnerables, que no cuentan con capacidad de ahorro para amortiguar el impacto inflacionista y normalmente desempeñan trabajos con menor poder de negociación salarial. A decir verdad, la inflación en sí misma no es negativa, y según los postulados económicos más ortodoxos conviene siempre que exista una tasa de inflación de entorno al 2 %.

Sin embargo la tasa actual, cuatro veces superior a ese límite, dinamita a todas luces el siempre complicado equilibrio entre el crecimiento económico y los niveles de precios y de hecho, echando un vistazo a la serie histórica, según los informes del INE, cada vez son menos los productos con una inflación del 2 por ciento, la más asumible para los bolsillos menos abultados. Algunos expertos han calificado la inflación como el «impuesto de los pobres». Desde luego la preocupación de las autoridades económicas y políticas para controlar la inflación ha ganado enteros en las últimas fechas y ya se sitúa como el principal objetivo de nuestro país y del resto de economías análogas, que revisan niveles de crecimiento de cara a los tiempos que se avecinan.