Las estimaciones de este documento mantienen el dato de personas hambrientas en una horquilla de entre 702 y 828 millones, con el objetivo de reflejar las incertidumbres asociadas principalmente a la pandemia de COVID-19, por lo que establece como referencia el punto medio, de 768 millones. Se espera que casi 670 millones de personas pasen hambre en 2030, una cifra similar a la de 2015, cuando se establecieron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), según el estudio, elaborado por varias agencias de la ONU, entre ellas la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), La cifra de personas afectadas por el hambre había permanecido prácticamente estable desde 2015, pero la pandemia de coronavirus supuso un punto de inflexión.
Así, si en 2019 el 8 por ciento de la población mundial entraba dentro de esta categoría, en 2021 ya representaba el 9,8 por ciento, casi una décima parte. La proporción ronda el 29,3 por ciento --unos 2.300 millones de personas-- si se tienen en cuenta a quienes sufren inseguridad alimentaria moderada o grave, siendo 924 millones quienes se encuentran en este último escalón, que deja a la población expuesta a graves riesgos de salud que incluso amenaza con costarles la vida. El hambre también tiene género, ya que la brecha sigue aumentando y ya supera los 4 puntos: el 31,9 por ciento de las mujeres padecía en 2021 inseguridad alimentaria moderada o grave, frente al 27,6 por ciento de los hombres. En cuanto a la infancia, los expertos estiman que 45 millones de niños menores de cinco años padecían emaciación y tenían hasta 12 veces más posibilidades de morir. La ONU estima que 149 millones de niños menores de cinco años sufren retraso en el crecimiento y el desarrollo debido a la falta crónica de nutrientes esenciales.
Temor a los precios
Unos 3.100 millones de personas no pudieron permitirse una dieta saludable, lo cual, según Naciones Unidas, refleja los efectos de la inflación de los precios de los alimentos fruto de las repercusiones económicas de la pandemia de COVID-19 y las medidas adoptadas por los distintos gobiernos para contenerla. El informe no tiene en cuenta los datos de este año, pero sí recoge que la guerra de Ucrania puede sembrar nuevas sombras en la seguridad alimentaria mundial, ya que en ella están implicados dos productores clave de cereales y hay una perturbación generalizada de la cadena de suministros a distintos niveles, con el efecto que ello conlleva sobre los precios. El director ejecutivo del PMA, David Beasley, detecta un «peligro real» de que las cifras del hambre sigan subiendo durante los próximos meses, en gran medida por el conflicto en Ucrania.
«Como consecuencia, se producirá una desestabilización mundial, hambre y migraciones masivas a un nivel sin precedentes». Beasley ha llamado a «actuar hoy para evitar esta catástrofe inminente», una tesis que también comparte la responsable de UNICEF, Catherine Russell, que ha reclamado «una respuesta sin precedentes» a la actual emergencia y a «redoblas esfuerzos», ya que considera que «no podemos perder el tiempo» y hay vidas en juego. El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha advertido de que cada año once millones de personas mueren debido a dietas poco saludables y «el aumento de los precios de los alimentos significa que esto no hará más que empeorar».
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Sin un control de natalidad estos problemas no harán sino aumentar, pero parece que no hay interés en solucionarlos.