Eduard Eroles y Maria Jesús Martí, en la primera heladería que abrieron, en el puerto de Ciutadella. | LLUÍS BELTRAN

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El 17 de junio de 1982, en un pequeño local en el que los pescadores de Ciutadella habían guardado siempre sus útiles de pesca, se inauguraba una original heladería. Es una cueva en el interior de la cual una pared de color lila, puertas de madera verdes, el blanco de su bóveda, y una iluminación indirecta acompañaban la entrada en escena de unos nuevos y refrescantes sabores para la isla. Allí nacían los primeros helados elaborados artesanalmente de Sa Gelateria de Menorca, a la que dieron vida Eduard Eroles y Maria Jesús Martí.

La pareja se había conocido años antes en Catalunya. Él es hijo del pueblo d’El Poal (Lleida), y ella, de Ciutadella. La música popular y los movimientos católicos los habían conectado en grupos afines. Y el amor surgió. Cuando ella lo llevó a conocer su isla, crear algo juntos allí se convirtió en un deseo común. Lo lograron. Se atrevieron a preparar helados elaborados con productos naturales muy diversos, siempre había 20 gustos diferentes a la vista, y nuevos sabores cada temporada. «Siete días antes de abrir la heladería, no habíamos hecho nunca un helado», comenta Eduard. Fue una aventura en la que se aplicaron muchísimo. «Pensamos: si le ponemos cosa buena, saldrá un gusto bueno», recuerda quien, junto a su mujer, trabajó lo que no está escrito para arrancar el proyecto.

El comienzo

Empezaron con limón. Luego localizaron el mejor cacao puro, lo trajeron de Viladecans. Sabiamente, como el de vainilla sabían que en la isla había una heladería que lo hacía muy bien, para que la gente no comparase, esperaron un año y medio a sacar su propio helado de vainilla. Y seguían innovando: plátano, kiwi, marrón glacé, chocolate con ron, cointreau con nata, avellana y helado del licor autóctono, la pomada. Han elaborado unos sesenta helados diferentes. Fueron también muy innovadores porque en el exterior de su local no pusieron mesas, sino sillas, sillas plegables menorquinas que los clientes podían agrupar y desagrupar, con libertad para sentarse con quien fuese para degustar su helado.

Ambiente en Sa Gelateria de Menorca, en la plaza de la Catedral de Ciutadella. Foto: LLUÍS BELTRAN

En aquellos helados había mucho esmero y amor. La pareja alternaba los veranos en Menorca y los inviernos en Barcelona, donde sus dos hijos iban a la escuela. Como la temporada entonces era del 15 de junio al 15 de septiembre, abrieron una segunda heladería en la plaza de la Catedral, «así amortizábamos más la maquinaria para hacer los helados», explica Eduard. Sin más meses con turismo, abrir más heladerías permitía llegar a más gente. Ahora tienen dos heladerías propias y dos franquicias en Ciutadella, y dos más propias en Fornells y Maó. Este verano celebran sus 40 años sirviendo helados, un producto –afirma el heladero– «que no es necesario para vivir, pero sí para ser feliz».